Viernes (Todos los Fieles Difuntos)
Camino a por el periódico, me encuentro con los puestos del mercado, que aquí es cada viernes y llaman, sin retórica, "Los Gitanos". Gentío enorme sobre todo frente a los puestos de zapatos y ropa interior, que muestran en grandes montones desordenados. La voz áspera de los gitanos llama a los compradores, que estudian muy seriamente el género.
Luego pasamos el resto de la mañana en el parque, que querían los chiquillos patinar. Lo que costó que hiciesen este parque solo lo saben los vecinos y algunos visitantes asiduos como nosotros... Pienso en ello mientras leo el periódico y vigilo que los críos no se abran la cabeza.
Por la tarde nos fuimos de visita a la calle Chirinos. Es ese barrio como otro pueblo diferente, lleno de silencio y una paz de otro tiempo. Olía a leña quemada. Calles vacías y muy estrechas (por la del Lagarto no nos atrevimos a meter el coche , no fuésemos a quedar allí empotrados...).
El tío P. tiene mucho miedo a morirse. Ahora le ha salido un grano en el carrillo derecho y se teme lo peor... "Es que esas cosas te salen en cualquier momento y en cualquier parte. Se te revoluciona un célula y ya se lía todo... Y yo lo último que quiero es morime, ea, con lo bien que estoy yo ahora..."
"Pues yo sí, a mí no me da ná", le replica su hermana. "Eso sí, lo que no quiero es apareceme luego a nadie..."
Como estamos en la vieja casa familiar, donde vivieron los dos de niños, comienzan a recordar dónde estaba todo antes, las cuadras, las cámaras, las habitaciones...
"Yo -continúa mi suegra- dormía con mi abuela, que decían todos que tenía la gracia, que veía a los muertos, y podía hablar con ellos. Y ya le decía yo que, cuando se muriese, a mí no se le ocurriese aprecéseme, que si lo hacía la tiraba por la ventana..."
Luego, en el bar de R., nos encontramos a F., el novio de L. Esta, nos contó, estaba con su amiga M., en unas misas que le había encargado a su madre -la de M.-. Al parecer, nos explicó F., andaba esta M. muy cabizbaja y deprimida, y fue a un vidente, por si había modo de sacarla de ese pozo... Este, al parecer, lo vio claro: para que esa negra melancolía la abandonase al fin, tenía que encargarle a su madre tantas misas como años tenía esta al morirse. Y como la madre de M. murió a los noventa y cinco, pues noventa y cinco misas. No sabía F. qué número hacía esa a la que asistían L. y M., pero sí que no era de las primeras...
"A vosotros esto os llama la atención porque vivís en una capital, pero esto es un pueblo, y esta clase de cosas aquí es muy normal..." F. es músico y estaba allí con algunos compañeros de su grupo para organizar el repertorio de unos conciertos que les han salido en unos cuantos restaurantes, pues se ha puesto de moda amenizar las cenas de los clientes con músicas variadas...
Volviendo a casa, me recordaron que esa M. es la que tuvo un conflicto con las monjas, cuando escolar, a cuenta de unos palomos que criaba su padre. Preparaban entonces el viaje de estudios, y sabiendo las monjas lo del padre de M., le pidieron a esta que si le podía pedir uno, para rifarlo. Al día siguiente la monja le preguntó a M. por el palomo. "Dice mi padre que no va a dar ningún palomo porque se lo van a comer las monjas...", explicó muy seria M. A sor Florido, que era la monja que le había pedido el favor, casi le da un soponcio. Pero como era mujer de mucho carácter, una vez recuperada, entró en combustión, montó en cólera y puso el grito en el cielo, las tres cosas al mismo tiempo. Sin embargo, todo fue inútil. El palomo, el padre de M. no se lo dio.
Pensaba que ningún mercadillo podría tener un nombre tan literal como "Los Invasores", pero "Los Gitanos" lo supera con creces, desde luego.
ResponderEliminar