martes, 2 de octubre de 2012

Día internacional de las personas de edad

Me lo habían anunciado unos días antes, que el lunes se iban de excursión a Avilés en un autobús fletado por el Centro de Día donde mi madre hace taichí y forma parte de un grupo de teatro muy activo. Que mi padre se hubiese apuntado me llenó de alegría, porque en lo últimos tiempos apenas ha ido más allá de la manzana de casa, donde puede comprar el pan y el periódico y tomarse una cerveza sin alcohol. Los llevaban, me dijeron, a ver el Niemeyer.

Y ayer, cuando llegaron, me llamaron para contármelo:

-Un vergüenza, hijo, un verdadera vergüenza- me informó mi padre por el teléfono fijo. Mientras, mi madre, por el inalámbrico, le quitaba hierro al asunto:

-Di que no, que no estuvo tan mal...

-¿Cómo que no? Un mitin, nos llevaron allí para darnos un mitin...- se indignaba mi padre.

-Lleva así todo el día, con lo del mitin...-me explicó mi madre.

-Vamos a ver- intenté poner algo de orden-, ¿qué fue lo que os enseñaron?

-Nada, no nos enseñaron nada, solo nos metieron en el auditorio y allí salió una elementa, la delegada de no sé qué, a darnos el mitin-me explicó papá.

-No hagas caso- le contradijo mamá-, que nada más llegar nos recibió un coro, que cantaron la mar de bien, y luego salió un psicólogo a hablarnos de la tercera edad. Un hombre muy ocupado, de San Sebastián nos dijo que era, y que tenía que ser breve porque iba para Ámsterdam y tenía que coger un avión. Pero no se notó nada que tuviese prisa. Menuda conferencia nos dio, larguísima, más de una hora estuvo hablando, pesado al máximo.

-¿Y qué os contó? -pregunté-, ¿llevabas la libretina y el boli? (Mi madre, cuando sale de excursión, lleva siempre una libreta pequeña, para apuntar lo que sea de interés)

Mi padre no la dejó contestar:

-Tu madre se durmió nada más empezar el hombre ese. Hasta roncó.

- Qué exagerado- se defendió mamá-. No hagas caso. Di un pigacín, porque me había levantado muy temprano...

-¿Y tú, papá, tú sí te enterarías de algo?- insistí.

-Pues no mucho, hijo, porque me pasé todo el rato recogiendo del suelo la libreta de tu madre, que se le caía cada vez que daba una cabezada... Y el bolígrafo también. Cada poco se le colaba debajo de las butacas de delante, y tenía que pedirles a los que estaban sentados allí que hicieran el favor de devolvérnoslo...

-No me dejó en paz, todo el rato dándome codazos en el hombro- se quejó mamá.

-Ya -intervine-, pero ¿por qué había allí un psicólogo?, ¿no os habían llevado para que vieseis el Niemeyer?

-Es que hoy es el día de las personas mayores, o algo así, y por eso fuimos...- me explicó papá.

-¿Y no os dieron ningún presente, o algo de comer, un pinchín o una cervecina sin alcohol...?- me extrañé.

-Nada, solo el mitin. Eso sí que fue pesado y una vergüenza... Que si los recortes, que si este gobierno está quitándonos derechos fundamentales... Pero vamos a ver, ¿y los de antes, todo lo que robaron los de antes, de eso qué?-se preguntó papá, de nuevo en la indignación.

-Pues algo de recortes sí debe de haber, papá, porque en otros tiempos en una excursión como esa os hubiesen dado unas bolsas llenas de todo: bolígrafos, pins, gorras, camisetas, catálogos..., qué sé yo, y luego seguro que os hubiesen sacado un pincheo... 

-Al salir- continúo papá sin hacerme caso- me preguntó la directora (la del centro de día supuse yo que era) que qué nos había parecido. Y le dije que muy mal, que aquello había sido un mitin en toda regla y que no había derecho...

- Qué hombre tan pesado- se lamentó mamá-, no calla con lo del mitin...

-Pues qué voy a decir si fue lo que hicieron con nosotros...-contraatacó papá.

-Bueno, ya, pero ¿solo fue eso?- traté de desviar la conversación del asunto mitin.

-No, luego salió la alcaldesa de Avilés, a saludarnos y también habló un poco. Encantadora- me contó mamá.

-¿Ah, sí?, ¿ y qué os dijo?

- No lo sé, pero me pareció muy agradable.

Luego subieron a la torre donde está el restaurante, a ver desde esa altura la ría, y dieron un paseo por la explanada inmensa, entre esos edificios tan modernos. Y ya se subieron al autobús mientras el coro que los había recibido los despedía cantando el Asturias, patria querida.






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