viernes, 26 de octubre de 2012

El comercio de los libros

Cuando pintamos la casa, aprovechamos para hacer una purga de libros, que ya no sabíamos dónde meter tantos. Estaban las estanterías del estudio abarrotadas, con doble fondo y unos encima de otros. Igual que sucede en algunas cárceles, teníamos allí muchos más reclusos de los que podíamos acoger...

Así que como en el capítulo quijotesco hicimos una limpia más o menos razonada -los que leímos y no nos gustaron, los que compramos un día y nunca vamos a leer...- y como ni tenemos patio manchego donde arrojarlos ni estaría bien tirarlos al patio de luces y mucho menos quemarlos, los fuimos colocando en cajas de cartón. Unas las dejamos en el colegio de P., para la feria que organizan cada año; otras se las dimos a unos amigos que todavía tienen sitio en sus casas; y un par de ellas se las llevamos al librero de viejo nuevo que hay en la ciudad. Ha abierto su negocio hace muy pocas semanas... Está en una de las calles más bonitas de esta ciudad, una calle silenciosa, discreta, con dos o tres viejos edificios, a espaldas de la diputación, frente al teatro Circo...

Como no era cosa de llevarlos en las manos y es muy difícil encontrar aparcamiento por esa zona, cogí el carro de la compra que usamos para el supermercado y lo llené de eso libros desahuciados que ya no queríamos...

La librería es muy bonita. Mientras el hombre tasaba lo que  le habíamos llevado, curioseamos P. y yo entre las estanterías.  Al final,  P. encontró la trilogía de El Señor de los anillos, la de un solo tomo que sacó hace muchos años el Círculo de Lectores. La misma edición que mi madre nunca quiso comprarme por parecerle muy cara. Gracias al trueque, a P. solo le costó cuatro euros.

Yo ya no voy a leer ese libro, pero que a P. le haya hecho tanta ilusión, y que él sí lo vaya a hacer, va a curarme por fin ese trauma infantil.





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