lunes, 22 de octubre de 2012

Mañana de lluvia

Nos despertó el sábado el ruido de la lluvia... Era la misma lluvia de los sábados de la infancia, cuando al escucharla caer  y descubrir de pronto, en el entresueño, que no había prisa para levantarse de la cama, nos dejábamos arrullar por esa música del agua y nos volvíamos a dormir un ratito más, o no, pero aún seguíamos remoloneando bajo las sábanas un buen rato.

Me levanté, me duché y me puse una gabardina que encontré hace un par de semanas haciendo limpieza en el garaje.  Ya no me acordaba de ella. Tendrá quince años, de manera que aunque es una gabardina vieja, como la he tenido perdida y olvidada tanto tiempo, está como nueva. Además se ve bien moderna. (Es lo que tiene la moda: como la rueda de la fortuna, esta de la moda  no cesa de girar, y lo único que hay que hacer ante ella es quedarse quieto. Más tarde o más temprano acaba por volver a pasar delante de tu armario). Me imagino yo que esta gabardina me la bajaría A. al garaje cuando dejó de ser moderna, pero ahora, como los vencejos de Unamuno, ha vuelto su tiempo. Iba bajo mi paraguas, con esa gabardina, tan contento. Me acompañaba P., que iba a patinar. Nos despedimos en la esquina, junto a la fuente. Me fui a echar la quiniela, a la pescadería, a la charcutería y a la panadería. Y a por el periódico. Caminaba tan interesante con mi vieja gabardina que sentía que solo me faltaban la pipa y una gorra intelectual, también un poco vieja, pero de nuevo moderna, como mi gabardina.

Y seguía lloviendo, una lluvia que era la de mi infancia, esa misma lluvia bendita de sábado por la mañana, cuando el fin de semana está aún  recién estrenado, flamante, todo él una gran promesa...


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