lunes, 15 de octubre de 2012

Domingo tarde

Ayer pasamos un par de horas pegados al televisor a ver qué sucedía con ese hombre que se tiró desde tan alto.

Fue P. el que nos llamó, para que lo viésemos. Cuando me explicó de qué iba el asunto, me escandalicé un poco. "O sea, como esos turistas alemanes que se tiran a la piscina del hotel desde el balcón de su cuarto", dije, "pero a lo bestia. ¿A santo de qué hace tal cosa?", pregunté y quise desentenderme. Pero ya salían por la tele unas imágenes hermosísimas de la tierra vista desde la cápsula en la que viajaba ese hombre disparatado, al que también se podía ver sentado allí arriba, en su pequeña nave. La subía un globo de helio, que se iba hinchando a medida que ganaba altura.

Quedamos, A. y yo, pegados al sofá. A. comentaba cada poco que era absurdo estar así tanto tiempo, en lugar de salir a dar un paseo, pero no se levantaba. Y yo empecé a pensar en voz alta que todo aquello era un disparate que no podía salir bien y que ese hombre iba a matarse: "Se mata, seguro que se mata". Comenzaron a sudarme las manos. Cuando sacaban imágenes de sus familiares: su madre -con un anillo verde con la cara de un marciano-, su padre, sus hermanos..., yo sentí una lástima grandísima. "¿Cómo lo podrán soportar?", pensaba, "si yo estoy que ya no me quedan uñas".

Tardó una eternidad en llegar a la estratosfera, que era desde donde había planeado lanzarse. Cuando al fin abrió la puerta de la cápsula y se asomó la vació, ya no me cupo duda alguna: "Este hombre se mata", declaré angustiado. P. me miraba incrédulo y me afeaba que fuese tan pesimista y agorero, y se dolía de que le estábamos echando a perder el espectáculo.

Finalmente, el hombre se tiró, y yo sentí un respingo que me recorrió todo el cuerpo. De pronto solo se veía un punto blanco que bajaba a toda velocidad por la pantalla, sobre un fondo color chocolate. En un momento dado se distinguió el cuerpo, y se vio que estaba dando vueltas en la atmósfera sin control alguno. Como un guiñapo. "Ya está, lo que os decía, matose", exclamé. "¡Papá!", se quejó P. Afortunadamente, luego se estabilizó, siguió bajando a toda velocidad, abrió el paracaídas y alcanzó tierra firma sin problema aparente.

Yo no sé si alcanzó sus récords o no. El caso es que celebré que siguiera, después de semejante majadería, vivo. Porque uno no daba un duro por él.

Luego nos fuimos a la calle, a despejarnos un poco después de tanta presión.

No llevaríamos ni diez minutos en la calle, noche cerrada ya, cuando cayó sobre nosotros un chaparrón enérgico. Volvimos a casa corriendo y empapados por unas calles que parecían sacadas de una película en blanco y negro. Estaba la ciudad preciosa. Y fue así, corriendo los tres bajo la lluvia, como se me fue la angustia que me había provocado ese hombre volador.

De esta forma fue como pasamos la tarde del domingo, siempre tan peligrosa.




P.D. Me cuenta A. que hoy, en su instituto, muchos ponían en duda la verdad de la hazaña demente de ese hombre. Como cuando el hombre llegó a la luna. No lo sé. Lo que sí es verdadero y cierto es lo mal que lo pasó uno viendo esas imágenes.

1 comentario:

  1. No eres el único que pensó que este hombre iba a morir. Es más, al principio yo creía que era un maniquí lo que iban a tirar desde tan alto, no una persona de verdad.
    Cuando lo vi dar vueltas a 1000 km/h fue el acabóse. Real o no, una gran hazaña la de este superhombre.

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