Es preciosa. No sé yo cómo habrán sido las mejores películas de este año, porque no he visto prácticamente ninguna (desde The Artist no habíamos vuelto a ir a una sala), pero muy buenas tienen que ser las que quieran competir con este cuento terrible, tierno y maravilloso.
A pesar de ser una película de muñecos, se sigue su trama como si se tratase de seres reales, y en la hora y media escasa que dura, no se acuerda uno de nada -ni qué día, ni qué ciudad hemos dejado detrás de nosotros al entrar en la sala oscura-. Hay en ella una historia contada con la mayor de las sabidurías y un amor puro al cine, a viejas películas y a viejos actores que poblaron la infancia del director y también la nuestra. Amor y agradecimiento hacia todas esas historias felices que nos han hecho sentirnos, sin duda, más vivos. Porque al fin de esto es de lo que trata esta película y todo lo que sentimos y soñamos: de sentirnos vivos y , si es posible, no morirnos jamás.
P.D. La película es una nueva forma de contar, seguramente más poética, un historia que ya había narrado Burton en un corto. Este:
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