miércoles, 10 de abril de 2013

Crónica riojana (Por el Camino de Santiago)

Guiados por J.A. y N. primero pasamos el Ebro por el puente de hierro y luego, para llegar al hotel, lo volvimos a cruzar por el de piedra, que es por donde entran los peregrinos a la ciudad.

Después fuimos a su casa, que es preciosa. De 1902, de techos muy altos, de puertas enormes, de cristales de colores en las ventanas... En la calle, al lado del portal, una placa recuerda que en esa casa vivió Escribá de Balaguer. Entonces todavía no lo habían subido a los altares y vivía en el segundo.





Aunque continuaba lloviendo, dimos un paseo por la calle Portales, donde otra placa recuerda que fue allí donde se rodó buena parte de "Calle Mayor".


Al salir de cenar, en el paragüero donde dejé mi paraguas, ese que me compró mi padre en Mieres pero que parece comprado en el mismísimo Londres, porque con sus finas rayas me lo imagino yo un paraguas de gentleman, ese paraguas, digo, se había multiplicado y no había uno sino dos. Exactamente iguales, igualmente nuevos y sin tacha, igualmente británicos, flemáticos y escépticos. Un misterio. El misterio de los paraguas gemelos, como las torres de la catedral de esta ciudad. Intenté adivinar cuál era el nuestro, pero me fue imposible, tan semejantes eran. Así que como ya estaba todo el mundo esperándome, cogí uno y me fui. Se ve que ha cambiado mi suerte. Antes, todos los paraguas me abandonaban y ahora tengo que ir escogiendo...

Al final, de vuelta al hotel, al pasar bajo unos andamios escuchamos de pronto unos ruidos extraños, palabras que no supimos reconocer y que parecían de queja. Como no paraba de llover, supusimos que serían unos vagabundos que se habrían resguardado allí para pasar la noche y a los que habíamos despertado con nuestra charla. Pero no, que eran unos albañiles chinos que trabajaban a la luz de unos focos a esas horas de la noche... ¡Qué misteriosos los hijos del sol naciente!

                                                              (www.casadellibro.com)

Al día siguiente, sin lluvia ya, nos fuimos hasta Nájera. Pasamos el Najerilla, que bajaba entusiasta y caudaloso, por un estrecho puente, y nos acercamos al monasterio de Santa María la Real, que fundó, a lo que parece, un rey de Navarra llamado García. En el pueblo vimos muchos negocios así bautizados: Zapatería García, Mercería García, Pastelería García, Ferretería García, Farmacia García, Bar García... De manera que nos sentimos como si anduviésemos por nuestra propia casa, pues apellidándonos como nos apellidamos, raro sería que no  nos tocase algo de ese rey fundador y lejano y, si hurgásemos un poco en los siglos, a la fuerza debemos ser algo parientes...




Visitamos luego el palacio abacial, que fue también juzgado, cárcel y botica, una botica prodigiosa que alguien se llevó un día y si alguien desea admirarla hoy debe de viajar no a Nájera sino a un museo de Barcelona. Jovellanos, que habló de muchos sitios, dejó escrito de esa farmacia: "Buena, bella botería de loza y vidrio y al parecer buen surtido de drogas".

Nájera se ve pronto, de modo que nos subimos de nuevo al coche y nos dirigimos, por el camino, hacia Santo Domingo de la Calzada. A ver las gallinas que tienen en la catedral. No solo tienen una gallo y una gallina en ella, en un pequeño gallinero junto al sepulcro del santo, sino que en un edificio cercano guardan, por lo que pueda pasar, gallo y gallina sustitutos. A mí esto me parece magnífico, que una leyenda tenga su reflejo en la realidad, y nos gustaría vivir un tiempo en ese pueblo para que cada mañana, al quebrar el alba, nos despertase el glorioso canto de ese gallo legendario y catedralicio.

(Por cierto, en ese pueblo de aire medieval, con esas leyendas tan hermosas y vivas, ¿a quién se le habrá ocurrido dedicarle una plaza, una plaza bien bonita, al lado de un hermosa iglesia, a los administradores de fincas?,¿a quién? ).



Después de comer nos acercamos a Berceo, donde tomamos un café. Es un pueblo pequeño, más pequeño que los grandes carteles que anuncian, a su entrada, que en ese pueblo nacieron San Millán y Gonzalo, el primer poeta español que quiso dejar memoria de su nombre. Un escritor moderno.



Junto al busto del poeta que tienen a la entrada del ayuntamiento, me acordé de la profesora Uría Macua, que con tanta pasión y conocimiento no explicó los versos de ese hombre y de todo el mester. Era una mujer que a mí me recordaba mucho, físicamente, a Patricia Highsmith. Decía la leyenda universitaria que no leía nada que se hubiese escrito después del siglo XIV. Puede ser.


En San Millán, nos enseñó el monasterio, el de Yuso, una guía con un colmillo que, al abrir la boca para hablar como hablan los guías, muy lentemente y recortando las palabras como si estuviese delante de un grupo de retrasados, brillaba terrible. Solo me fijaba en ese colmillo y ya ni entendía lo que nos estaba contando... De lo único que me enteré fue de que los cuadros en los que se veía a un santo montado a caballo, espada flamígera en mano y descabezando infieles, no era Santiago, como todo el mundo solía suponer, sino San Millán, que igual que Santiago en Clavijo, también se apareció después de muerto a ayudar a algún noble señor en batallas contra moros. Yo me quedé con las ganas de preguntarle cómo los distinguía la iconografía, qué detalle los hacía diferentes, pero el colmillo aquel que le brillaba al abrir la boca me acobardó, impidiéndomelo.



La visita no estuvo mal, y acabó, claro, enseñándonos los cofres en los que guardan los restos del santo Millán y de San Felices, que uno no conocía pero que debe de ser un gran santo, con semejante nombre. Sin embargo, a mí, más que la sacristía, la iglesia, el coro y el oratorio, a quien me habría gustado ver es a los agustinos recoletos -once son, nos dijo la guía del colmillo- que viven en el monasterio, y poder haber charlado un rato con ellos, para que nos contasen de su vida allí, en ese rincón del mundo...



El de Suso, el más antiguo, estaba cerrado y no se podía subir en coche a pesar de que una carretera bien asfaltada lleva hasta él. "Podéis subir", nos explicó el colmillo, "pero si os pilla la guardia civil, la multa es de aúpa", y brilló, deslumbrante, antes de ocultarse dentro de la boca. Así que intentamos subir a pie, por un camino entre pinos. Pero estaba oscureciendo ya, la mitad de los excursionistas se habían ido a un bar y los que seguíamos nos parábamos a cada momento para contemplar el paisaje y echar fotos... De modo que al ver a lo lejos el viejo cenobio, le sacamos un par y nos fuimos, también nosotros, al bar.





Al único bar que estaba abierto, que allí, frente a la entrada a Yuso, no quedaba ni un alma. Habían cerrado ya la entrada al monasterio y los pocos turistas que remoloneaban por allí unos minutos antes habían levantado el vuelo. El "Asador San Millán" lo regenta una china alegre como una peonza, que nos atendió volando, volando nos trajo a la terraza las bebidas, volando se fue, volando nos trajo la cuenta, todo con una sonrisa milagrosa, y volando se fue al fin... Una mujer tocada por la gracia de tan santo lugar, sin duda. Allí nos quedamos todavía un rato nosotros, contemplando las cumbres nevadas de Ezcaray y recitando aquellos versos del mester:

"Mester traigo fermoso, non es de joglaría
mester es sen pecado, ca es de clerezía
fablar curso rimado por la cuaderna vía,
a silabas cuntadas, ca es grant maestría..."

"Qué cabrones estos clérigos",  pensamos, "desde el siglo trece presumiendo..." Estaba ya la tarde muy oscura y fresca. Nos levantamos y nos fuimos.


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