martes, 9 de abril de 2013

Crónica riojana (Viaje de ida)

Viajar es una gran escuela. Puede ver uno cosas inimaginables que no suelen venir consignadas en las guías (las que vienen en esa clase de libros también, claro, pero nosotros acostumbramos a fijarnos más en estas otras). Para no cruzar Madrid, nos desviamos en Perales de Tajuña hacia Guadalajara, y en Carabaña pudimos contemplar, sobre el arco de acceso a un balneario, una Victoria de Samotracia dispuesta a levantar el vuelo. Quise que A. parase para sacarle unas fotos, pero no quiso darme el gusto.

Luego cruzamos ese río, el Tajuña, una docena de veces, como si bailásemos con él. Las vegas por las que discurre nos parecieron lugar apacible y monótono y los pueblos por los que pasamos -Mondéjar, Loranca, Aranzueque...-, todos vacíos.

Guadalajara es una ciudad fea. Más o menos como la nuestra. Paramos en ella para comer y recoger a J.A. y a N., que llegaban en tren desde las Extremaduras. El barrio de la estación es un lugar destartalado y polvoriento, construido de cualquier manera. Un poco como el bar en el que comimos.

De nuevo en la carretera, camino de Soria ya se puso todo más interesante. Casi sin darnos cuenta llegamos a Medinaceli, y tras cruzar el Duero, a Soria, donde A. vivió un año hace ya unos cuantos. Pasamos el Puerto de Piqueras por un largo túnel y por el valle del Iregua fuimos acercándonos a Logroño. En Villanueva de Cameros, donde paramos a tomar un respiro y un café, ya era todo diferente: el paisaje, la arquitectura, el acento de la camarera que nos atendió y hasta el aire, húmedo y muy fino. Luego, cada kilómetro que restábamos nos poníamos más contentos. Entre unas montañas muy curiosas,  rojas y secas como las de Monument Valley de Ford, quise mostrar mi alegría poniendo el disco de Lorena Álvarez y su Banda Municipal, para ver qué les parecía a J.A. y N., que son jóvenes y modernos. A mí me parece una música modernísima. Protestó P. muy amargamente, pero no cedí ante sus quejas y decidí que serían esas canciones la banda sonora de este viaje.

           

No creo que tuviese nada que ver, pero al acercarnos a Logroño, nos recibió esta bajo unas nubes de tinta negra, una nubes que bien podrían calificarse de ominosas... Al entrar en la ciudad, comenzaron esas nubes turbias a descargar agua como si no fuésemos bien recibidos. Sin embargo, yo no hice caso. Solo cambiamos de disco -por si acaso- y entendimos esa lluvia, al contrario, como un buen augurio.

El valle del Iregua.
(www.todocoleccion.net)

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