jueves, 30 de junio de 2016

Cómplices necesarios

En mi pueblo ganó el partido al que votamos nosotros aquí. Hace ya varios años que el alcalde pertenece a uno de los dos partidos principales de esa coalición. Pese a ello, el pueblo aún no huele a azufre ni se han desplomado los cielos sobre él. Al contrario, la gente sigue sus vidas más o menos igual que antes. Los supermercados están abastecidos, en los calabozos de la policía municipal no hay presos políticos y las gentes discuten en los bares, a voces, como es costumbre allí, con toda libertad y sobre toda clase de asuntos. Algunas cosas sí han cambiado. Por ejemplo, cuando ese hombre llegó a la alcaldía la deuda del ayuntamiento era abrumadora. La había ido amasando uno de los dos partidos dominantes desde la vuelta de la democracia. Hoy, ese pufo va menguando poco a poco, al mismo tiempo que la población, porque los jóvenes se van y los viejos también, aunque estos por causas naturales.

A tan solo diecisiete quilómetros de nuestro pueblo se encuentra la capital de la provincia. Allí ganó otro partido, el que lo hizo en la mayoría del país, aunque aquí por el doble de votos que el segundo. Una victoria incontestable. El ayuntamiento, en cambio, lo gobierna una coalición entre el PSOE y Podemos. Tampoco en la heroica ciudad se aprecian signos del apocalipsis. Eso sí, en los últimos meses han estallado dos bombas de relojería que dejaron activadas los dos últimos consistorios, ambos de ese partido al que han votado en masa ahora los ciudadanos de la capital. Dos sentencias judiciales, que vienen a resolver viejos litigios, condenan a ese ayuntamiento al pago de varias decenas de millones de euros. Naturalmente, de ese par de facturas, como de todas las demás, deberán hacerse cargo los vecinos, pero por lo que se ve la mayoría lo va a hacer con sumo gusto.

Hay otros ayuntamientos, y comunidades autónomas, que llevan varios meses gobernados por esos políticos nuevos que, según los augurios de algunos, traerán la destrucción, el hambre y la muerte de la democracia. De momento, en esos ayuntamientos y comunidades la vida continúa sin esos sobresaltos. También allí ha ganado ahora el PP. Por ejemplo en la Comunidad Valenciana, donde lo sucedido en O. seguramente les parecerá una minucia sin la más mínima importancia si lo comparan con las cosas que han visto en esa orilla del Mediterráneo.

Sin embargo, todos esos cataclismos venían vaticinándolos, en artículos y entrevistas, algunos prestigiosos escritores e intelectuales a los que se les supone muy leídos e informados: Fernando Savater, Félix de Azúa, Andrés Trapiello (tan querido por nosotros)... No han dejado pasar una sola oportunidad sin avisarnos de los grandes males a los que esas gentes taimadas nos arrastrarían, si acaso nos dejábamos convencer por sus cantos de sirena. Comenzaban a hablarnos de la llegada de la primavera y, con habilidad de veteranos narradores, nos anunciaban que los del partido morado convertirían nuestro hermoso país en una Venezuela de apocalipsis; nos decían del canto del ruiseñor, y, no sé cómo, de pronto estaban hablando de la falta de libertades que nos traerían esos jóvenes airados; glosaban un concierto al que habían asistido y llegaban a la conclusión de que toda esa belleza la arruinarían esos hombres y mujeres hipócritas y enemigos de todo lo que nos hace humanos...

De todas formas, no debemos olvidar que a estos escritores los leemos cuatro gatos, y por tanto no han sido ellos los que han frenado los resultados de ese partido.

Quien de verdad lo ha explicado bien ha sido Rajoy. Sin intelectualismos enfadosos que pudieran confundir a las buenas gentes, pasó todas esas amenazas y razones por la alquitara de su campechanía de lector del Marca y lo resumió de un modo eficaz: "Ellos, malos; nosotros, buenos". Jau.

Visto de este modo, en mi pueblo ganaron, pues, los malos; y en la capital la victoria fue, pues, para los buenos. Es el mundo de la Planilandia de Edwin A. Abbott, una deliciosa fantasía matemática que imagina un mundo bidimensional.

Hay gentes que viven muy a gusto en esa clase de mundo. Las cosas quedan explicadas en él rápida y satisfactoriamente.

A los que por el contrario nos incomoda esta clase de soluciones nos resulta muy difícil explicar por qué razón la gente vota como lo hace. En un país donde uno de cada tres niños vive en la pobreza no es nada fácil interpretar por qué uno de cada tres votantes lo ha hecho a una política que distrae a manos llenas recursos públicos y provoca todo ese sufrimiento y la salida del país de 100.000 de sus ciudadanos. A mí no me parecen ni buenos ni malos. Solo, eso sí, cómplices necesarios.

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