lunes, 13 de junio de 2016

Cuatro días en Berlín (IV)

Tercer día. El metro

Al tercer día entramos en el metro. Tomamos la línea U1, que va por encima de las calles. Es entretenidísima. Vimos varios barrios, patios traseros, unas colonias de casas de madera con sus huertos, grandes edificios grises, parques enormes y enormes grafitis en las medianeras de varios edificios (un astronauta, los siete samurais de Kurosawa...)...

PG

Friedrichshain

Íbamos al barrio de Friedrichshain, en busca del Berlín alternativo, el de los centros culturales en viejas fábricas abandonadas. Nos bajamos en la parada cercana al puente de Oberbaumbrüke. Es un puente de ladrillo rojo con unas cuantas torres almenadas y aparentes. El metro pasa por encima de él, como acariciándolo. Al cruzarlo por el pasaje para los peatones, hermosas vistas del Spree, que allí se ensancha de un modo soberbio. A lo lejos, la enorme escultura de Borofosky, que represnta tres cuerpos abrazados, como símbolo de la reunión de los tres distritos (Kreuzberg, Friedrichshain y Treptow), que el Muro dividió. Desde tan lejos no se sabe muy bien si es una escultura o un reclamo publicitario de alguna gran marca. También allí estaban en obras, asfaltando las calles. Antes de entrar en el barrio, nos acercamos a ver la East Side Galery, ese resto del muro que algunos artistas han decorado con pinturas, por lo general, bien feas. Estaba bastante concurrido, todos con las cámaras de fotos frente a la nariz, para inmortalizar esos restos. El lugar es curioso. A un lado, el río y algunos muelles, y al otro, varios descampados bastantes tristes. En uno de esos solares, el Mercedes Arena, un poco incongruente, en mitad de la nada. Producía todo la sensación de ser los arrabales de una ciudad cuyo centro quedaba muy lejos. Sensación de domingo por la tarde.


 PG

 EG

 EG

EG
EG
EG
EG
 

 EG
 

EG

Sin embargo, a pocos metros de ese lugar están las calles de los okupas y los movimientos alternativos, los mercadillos en cada esquina y en cada patio, las salas de cine o de baile, las exposiciones de arte, todo eso en viejos edificios que fueron antes talleres o fábricas. Los muros se ven cuajados de carteles que anuncian conciertos, charlas, exposiciones..., y las fachadas de los edificios pintadas sin dejar un solo centímetro libre. Al parecer, los pintores callejeros sienten, como los antiguos romanos, el horror vacui. Curioseamos un rato entre los patios del Raw Tempel. Los antiguos talleres de mantenimiento y reparación de los ferrocarriles alemanes acogen hoy galerías de arte, talleres de diferentes artistas, un café y un bar, un cine y una sala de bailes de salón, una pista de skateboard y una tienda de bebidas al por mayor. Nosotros vistamos el mercadillo que, a las once de la mañana, todavía estaba abriendo, poco a poco, sus puestos, y vimos, desde la calle, por las ventanas abiertas, cómo la gente bailaba charleston en un primer piso de uno de esos viejos y pintados edificios. En Berlín, el que no se entretiene será porque no le da la gana.

PG

Volvimos luego al metro y nos fuimos en busca de la Oranien Platz, a comer en un sitio que nos había recomendado S. 

Kreuzberg

Esta esa plaza en el centro del barrio de Kreuzberg, conocido como el barrio turco, pero en el que conviven toda clase de gentes: hippis, punks, anarquistas, burgueses, bohemios, turcos... De todo un poco y tan mezclado que es difícil sentirse extraño. La Oranien Strasse es una calle llena de energía y de bares en los que se ve a la gente del mejor humor; repleta de tiendas de todas clases: tebeos, libros, medias extravagantes, zapatos modernísimos, talleres de bicis... Y muchos restaurantes y bares de la nacionalidad que uno desee. El que nos recomendó S. no lo encontramos. Le pregunté a un polaco, a un turco, al cuñado de ese turco, a un griego y a un alemán... Nadie supo darme noticia de él. Cómo me comuniqué con todos ellos es algo que no podría explicar. Sin embargo, puedo asegurar que fueron diálogos fluidos. Tal vez ese afán por estudiar y conocer otros idiomas sea excesivo. Claro que cabe la posibilidad de que me estuviesen indicando dónde estaba el restaurante, pero a mí me pareció que lo que me decían era que no, que no tenían ni idea. Como no había quién nos orientase y ya era la hora de comer, nos sentamos en una terracita ajardinada en una esquina de esa plaza. Comimos estupendamente y nos atendió un camarero amabilísimo. Eso sí, no era alemán, era griego. Al despedirnos, me contó en inglés que pronto iba a viajar a Barcelona, y que le hacía mucha ilusión ese viaje. Que era oriundo de Tesalónica, y que echaba mucho de menos su patria... Es raro, porque yo no hablo una palabra de inglés y sin embargo se lo entendí todo con claridad meridiana.

 AL

 AL

 AL


 AL

Después de comer nos fuimos a una tienda anarquista  a comprar unas camisetas (con la subversión también se puede hacer negocio, a mí me parece bien. Es más, nos parece esa tienda una pequeña prueba de que tal vez sea posible una síntesis entre contrarios). La había localizado P., antes del viaje, y ya nos había preguntado varias veces cuándo íbamos a pasar por ella. Luego nos paseamos por la Oranien, entrando en casi todos los comercios. Al parecer, durante la guerra fría fue este uno de los barrios más pobres de Berlín Oeste. En él se escondían los jóvenes insuimisos que no querían hacer la mili, y fue aquí donde comenzó el movimiento okupa en los años ochenta. En la actualidad, leo en la guía, sigue igual de rebelde, y cada 1 de mayo estallan altercados entre manifestantes y policías.

Scheunenviertel

Animados, volvimos a tomar el metro y nos fuimos hasta Mitte, y dentro de ese barrio al que llaman "de los graneros", Scheunenviertel.  Allí se encuentran los edificos más antiguos de la ciudad, y su historia más dolorosa. Allí se pueden ver los stoperstein, unos adoquines de bronce que recuerdan el nombre de un berlinés, la fecha en la que fue deportado y el lugar al que se lo llevaron y donde lo asesinaron. Era el barrio judío y hoy, cuando salimos del metro, nos encontramos con unas calles llenas de gentes y lujosas tiendas de las grande marcas de la moda mundial. Pero al poco, casi desapercibido, encontramos un pasadizo a otro mundo.

Un portal abierto en la Haus Schwarzenberg, el nº 39, nos condujo a un patio de las maravillas. Durante la Segunda Guerra Mundial este lugar albergaba un taller de fabricación de cepillos y de escobas donde trabajaban ciegos y sordos. Parece ser que su dueño, Otto Weldt, consiguió salvar a sus empleados de los nazis. Hoy hay un museo que recuerda esa historia, y un cine, y un café, el Café Cinema, donde nos sentamos a descansar un rato, en la terraza del patio. Los muros otra vez llenos de pinturas, dibujos, declaraciones, lemas reivindicativos... En uno nos invitaban a los turistas a irnos para nuestra casa. No le hicimos caso. Ni nosotros ni el resto de los que por allí pasaban, que por las pintas y las cámaras de fotos tampoco debían de ser del barrio. Luego seguimos profundizando y nos encontramos con otros patios, más o menos parecidos, con tiendas de diseñadores o bares en los que unos muchachos enfundados en pantalones y chalecos de cuero asaban salchichas en una parrilla.

AL
PG

 AL

EG

PG


Volvimos a la calle y, casi sin darnos cuenta, nos encontramos en el silencio de la Groos Hamburguerstrasse. Allí está el hermoso edificio de ladrillo rojo del hospital católico de San Hedwing, con hermosas vidrieras; la iglesia de Santa Sofía, entre las barrocas, la más antigua de la ciudad; los edificios llenos de cicatrices de los números 28 y 29, con las fachadas mordidas por las bombas; un solar vacío que llaman La casa desaparecida ( en las medianeras de las casas vecinas se pueden leer, en unas placas, los nombres y las profesiones de los que vivían en esa casa ausente); el Monumento a las Víctimas Judías del Fascismo, una escultura que podría pasar desapercibida, delante de un jardín que fue el cementerio judío de la ciudad... Era en esta calle donde se encontraba el centro de reclusión de los judíos antes de deportarlos a los campos de exterminio. El silencio y la soledad de la calle, el saber estas cosas, esas figuras..., todas esas cosas juntas realmente sobrecogían...

EG


 PG

 PG

 PG

 PG

EG


PG


Camino a la Nueva Sinagoga, pasamos delante de la sala de baile Clärchens Ballhaus, la del cartel de Otto Dix, que sigue siendo una escuela de baile y también un restaurante con un jardín delicioso en el espacio que dejó otro edificio bombardeado. Estaba ese jardín, cuando pasamos nosotros, lleno de gente que ya estaba cenando. También cruzamos, en esa misma calle repleta de galerías de arte, un patio precioso, con dos o tres restaurantes y tiendas de diseño, que nos pareció como la pequeña plaza de un pueblo centroeuropeo de cuento infantil. Tras ver la Sinagoga, decidimos plegar velas y volver a casa, pues el paso delante de tanta gente comiendo nos había abierto el apetito.


 AL

PG

EG

Cuando al fin llegamos al apartamento, tras la cena en un vietnamita lleno de camareros con los que apenas nos pudimos entender, encendimos la tele. Faltaba media hora para que acabase la final de la Champion. Nos parecieron, los jugadores, tan fatigados como nosotros. Asistimos al desenlace casi sin emoción, pues nos caíamos de sueño...


 PG

No hay comentarios:

Publicar un comentario