domingo, 15 de abril de 2012

Semana Santa (El camino del Sur)

Amaneció con lluvia y un cielo morado y penitencial , muy apropiado para un jueves santo. Mientras íbamos camino del desayuno, contemplamos de nuevo las murallas de la ciudad. Con unas murallas así, una ciudad ya tiene el prestigio hecho. Y pensábamos si no sería posible levantar unas parecidas, de cartón piedra, como en el cine, alrededor de aquella en la que vivimos. Al cabo de unos años, ya nadie se acordaría de su origen espurio, y se podría hacer una bonita mistificación que le concediese su pedigrí y su leyenda.


La taberna en la que entramos también estaba llena de fotografías de chuletones y lechoncillos, así que nos tomamos el café y las tostadas sin levantar la vista de la mesa y nos fuimos en seguida.

El viaje hasta Toledo fue precioso. Cruzamos el puerto de la Paramera bajo la lluvia. No había apenas tráfico y el paisaje no podía ser más hermoso. Pasamos el embalse de El Burguillo y los pueblos de El Barraco y El Tiemblo, cuna de grandes ciclistas. Y luego, ya en la provincia de Toledo, le fuimos contando cosas a P. de El Lazarillo al cruzar Almorox, Maqueda, Escalona, y también de don Juan Manuel, al pasar al lado de las ruinas del castillo donde nació...


Y ya entramos, pasada la imperial Toledo, en un autovía, la que aquí llaman de los Viñedos, y ya se deja de ver nada. Porque las autovías son a la circulación automovilística lo que la abastracción al arte: no ve uno nada; al contrario, las carreteras secundarias representan la tradición, el realismo perfilado y nítido. Viajando por ellas, cruzando por sus pueblos, se contemplan las casas, al cura saliendo de la iglesia, el ayuntamiento, a los vecinos que están paseando o van a sus afanes.

Así que de Toledo a Madridejos, tan solo media hora en la que solo se ven los letreros de los pueblos que van quedando al margen y que, ya digo, no se ven: Burguillos, Sonseca, Orgaz, Mora... Campo y cielo. Únicamente pudimos adivinar, apenas y a lo lejos, recortada en el horizante, la crestería de Consuegra, con sus molinos de viento antiguos y su castillo, tan pequeños en la distancia...


Y, como un río, desemboca esa autovía, y nosotros con ella, en la A-IV, que aún a esa altura iba cargadísima de madrileños...

Solo al llegar a Despeñaperros se hizo la circulación más fluida, seguramente porque es paso tremendo y lo cruza cada uno como puede, cada cual a una velocidad diferente, unos más atrevidos y veloces, otros más prudentes, y probablemente muchos se despeñen en una de esas curvas imposibles, caigan en uno de sus barrancos profundos y ya no los encuentra nadie jamás...




Al cruzar, nos paramos en un área de servicio. Aquello no parecía Andalucía, sino la cafetería de la ONU. Japoneses, alemanes, americanos del norte y del sur, británicos, holandeses..., todos rumbo a la semana santa sevillana o malagueña... A dos kilómetros de La Carolina había, aquella mañana, todo un mundo cosmopolita y variadísimo como en la mismísima isla de Manhattan...

Cuando llegamos a Úbeda, el cielo amenazaba lluvia y esta la buena marcha de las procesiones...



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