lunes, 9 de abril de 2012

Semana Santa 2012 (El viaje)

Estas vacaciones, apenas una semana, tenemos la sensación de habérnoslas pasado en la carretera, como el pobre Miguel Ríos antes de jubilarse: Albacete, Madrid, Castilla, Asturias, Ávila, Toledo, Úbeda, y de nuevo aquí, como si no hubiese pasado el tiempo, pero con un montón de kilómetros entre pecho y espalda...

El sábado salimos para Asturias, sin mucha prisa ni esperanza porque creíamos que al pasar por Madrid nos veríamos envueltos en uno de esos embotellamientos desquiciantes que tan profesionalmente saben organizar los madrileños cada vez que llegan unas vacaciones o un puente. Pensábamos que cruzar el túnel de Guadarrama nos llevaría un buen montón de horas, y que nos veríamos rodeados por todas partes de coches rugientes, avanzando a dos por hora, parando, arrancando y volviendo a parar. Con el panorama del Valle de los Caídos al fondo. Pero no fue así. No sé dónde estarían los madrileños que otros años nos encontramos, pero el caso fue que en esta ocasión cruzamos la capital del reino tan campantes y fluidos, sin aglomeración alguna, pimpantes y tan frescos. Esto nos puso de tan buen humor que cuando llegamos al Huerna nos parecía el viaje que estábamos a punto de concluir un pequeño paseo sin importancia.

En casa encontramos a mi padre contestando lo mismo que hacía una semana, que se encuentra muy bien, cada vez que le preguntábamos. La herida, desde luego, le había cicatrizado estupendamente, y ya le habían quitado los puntos. Sin embargo, yo no le quitaba la vista de encima. Creo que esta vez le alivió mucho el vernos marchar a los tres días.

En el medio, cuando no me estaba fijando en mi padre y preguntándole cómo estaba, hicimos lo de siempre: ver a mi hermano y a los sobrinos, visitar a  los amigos y un pequeño viaje a Pajares, a que P. esquiase. Y escuchamos las viejas historias que cuentan mi padre y mi madre, algunas repetidas como una vieja canción, y otras oídas por primera vez o que habíamos olvidado ya, como la operación de amígdalas de mi madre cuando tenía diecisiete años, en la casa junto a la estación, una casa que temblaba entera cada vez que pasaban los trenes que hacían  temblar los muebles,  movían las mesitas y agitaban el café dentro de las tazas...

Así pasaron esos tres días...


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