miércoles, 20 de junio de 2012

La tormenta perfecta

No dudaría ni veinte minutos. Pero resultó formidable. Se puso el cielo del color del mar Cantábrico en el invierno, y al poco se desató un vendaval de granizo y viento que se estrellaban locos contra los cristales. Todos nos pegamos a los de nuestras ventanas, sorprendidos por la violencia con que se abalanzaba el agua contra la ciudad, y nos mirábamos con los ojos muy abiertos. El viento, capitán general de semejante carga, guiaba al granizo loco de aquí y para allá, como insuflado de ira divina. Muy pronto la calle se hizo río, un río de agua negra como lo fue el de mi pueblo, y arrastraba papeles, cartones, bolsas... Los coches se subían a las aceras y se detenían allí, atemorizados. Vimos pasar a un hombre, sin paraguas, que caminaba bajo el huracán como si tal cosa. Seguramente un místico o un suicida... Alguien con una misión abrumadora. "A lo mejor", les dije a A. y a P. "es ese hombre el que va a detener todo esto".

Estábamos esperando nosotros a los montadores que le iban a cambiar la habitación a P. No pudieron llegar. Nos llamaron para decirnos que estaban en el almacén, achicando agua...

Luego, todo cesó, y se abrieron muchos claros, y las nubes ya no tenían el color de la ceniza. Volvió a verse un cielo azul, inocente e impasible, como si no hubiese sucedido nada. En la tierra anegada comenzaron a escucharse las sirenas de los bomberos.

P.D. Esta mañana, en la radio, el director del Botánico hablaba con la voz quebrada... "Se puede decir que ya no hay Botánico en Albacete", gemía el pobre hombre. Al salir para el trabajo, en la rotonda de La Veleta, un pruno tronchado arrastraba sus ramas en el asfalto.


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