martes, 19 de junio de 2012

Llorar. A propósito de "El faro de Blackwater"

Desgraciadamente, no tiene uno la lágrima fácil. Lloramos poco, y eso debe ser tan insano como no reír lo suficiente.

No recuerdo haber llorado con ninguna película jamás, por emocionante que hubiese sido esta. Ni con ningún libro, con ningún poema...

Sin embargo, el otro día, al cerrar esta novela de Colm Tóibín, se me humedecieron los ojos. No puedo imaginarme otra forma de contar la historia de esa familia irlandesa y su tragedia que la que ha elegido Tóibín. La naturalidad y la sencillez con la que va desplegando el relato, y la delicadeza con la que saca a la luz la psicología torturada de la protagonista. La teníamos, esta novela, en la mesilla de noche desde hace tiempo. La compramos en la feria del libro, allá por el invierno. Apenas nos costó tres euros. Ahí ha estado cerrado este libro impagable. Si hubiésemos sabido lo que nos iba a gustar, habríamos apartado todos los demás y no habríamos demorado tanto su lectura...





Ahora que estoy acabando esta entrada, me viene al recuerdo una vez en que sí lloré, en la que lloré a moco tendido. Fue la primera vez que escuché, en nuestro viejo tocadiscos, Hombre preso que mira a su hijo, el poema de Benedetti que cantó Pablo Milanés... Ya ni me acordaba...

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