lunes, 4 de junio de 2012

El viaje entretenido (El lugar de La Mancha)

Según un sesudo estudio de un grupo de profesores de la Universidad Complutense (sociólogos, geógrafos, matemáticos, historiadores...) el lugar de La Mancha que se nombra tan vagamente al comienzo del Quijote es sin duda este de Villanueva de los Infantes al que hemos ido a parar este largo puente, para descansar de algunas fatigas... Como a Cervantes no le dio la gana de ser más explícito, ese grupo de profesores -la mayoría, ejem, oriundos de Villanueva-, tras largos años de estudios y multitud de cálculos (distancias, capítulos y días), llegaron a la conclusión, para ellos irrefutable, de que ese vago lugar no puede ser otro más que este de Villanueva de los Infantes, en el corazón del Campo de Montiel, que fue por donde comenzó a correr sus extraordinarias aventuras aquel hidalgo maravilloso.

Esta teoría la han expuesto en dos volúmenes -uno para presentar la tesis, y el otro para defenderse de las refutaciones recibidas-, editados por la Complutense. En el pueblo se venden hasta en la pescadería, y están allí (en las pescaderías y en todas partes) tan agradecidos a estos catedráticos  por haber deshecho ese enigma tan a su gusto, que han colocado cuatro placas -cuatro, sí-, en la fachada del convento de las dominicas de la Encarnación con sus nombres, el resumen de su teoría y un pequeño mapa explicativo...




Disputas académicas al margen, es este pueblo uno de los más hermosos del país, con una plaza mayor magnífica, con decenas de palacios blasonados, conventos, iglesias, capillas... Calles empedradas que vieron pasar la figura peregrina y famosa de don Francisco de Quevedo, que aquí murió, y de Miguel de Cervantes, un pobre recaudador en el que nadie repararía entonces. Muros de sillares tallados al mismo tiempo que tantos versos en aquellos Siglos de Oro, patios silenciosos de columnas toscanas, casonas profundas en cuyas estancias nacieron santos, casas del Santo Oficio, ventanas enrejadas y largas calles que se pierden en un horizonte que parece infinito... Pueblo de pequeñas plazas hermosísimas y vacías, por las que de vez en cuando cruza un galgo corredor; de edificios sólidos, llenos de armonía, de arcos renacentistas, de piedras rojas, de días iguales, de cielos azules y apabullantes... Silencio y sueño.



Un lugar de una realidad rotunda y firme como la que pintó Cervantes. Demasiada realidad tal vez. Normal, por tanto, que hubiese nacido aquí aquel hidalgo maravillosamente soñador y fantástico... O en Argamasilla, en Tomelloso, en Villahermosa, en Daimiel... Solo en uno de estos pueblos pudo surgir un hombre como aquel que creó Cervantes, más real para muchos que él mismo.


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