lunes, 10 de junio de 2013

El concierto

¡Qué distraído es uno! ¡Y qué ignorante! Les cuento.

Para el cumpleaños de A. le regalé una camisa muy colorista y moderna que le gustó muchísimo. Además, acerté con la talla, pues le sienta estupendamente. Estas dos cosas yo ya las sabía con seguridad porque el día que la compré estaba ella a mi lado, la eligió y la probó, y uno se limitó tan solo a pagar y pedirle a la dependienta que por favor la envolviese en un papel bonito. 

-¿Le hago un tique regalo?- me preguntó la amable muchacha.
-No, muchas gracias, no va a hacer falta...

Naturalmente, un regalo así resulta infalible, pero no podía dejar de ver que adolecía de cierta falta de emoción y romanticismo. Y fue por azar que esa misma semana, exactamente el viernes pasado, venía a cantar a esta ciudad Amancio Prada, al que A. admira lo indecible y de quien recuerda con los ojos vueltos un concierto al que asistió con su hermana en el Hospital de Santiago, en Úbeda, su pueblo.

De manera que decidí, para redondear ese regalo de la camisa, comprar dos entradas, para que fuese a ver a ese cantante, una segunda vez, con su hermana. Ni se me pasó por la cabeza acompañarla yo.

A uno Amancio Prada le parecía un cantante muy respetable, y hemos escuchado alguna vez su versión del "Libre te quiero"de García Calvo o el "Adiós ríos, adiós fontes", de Rosalía. Hasta se lo pongo a veces a los alumnos cuando estudiamos las lenguas de España... Un juglar moderno, un trovador, muy fino y literario y, seguramente a causa de sus versiones de San Juan y su voz y algunos de sus gestos, un hombre un tanto místico. En fin, que nunca le había prestado demasiada atención. Que lo había escuchado poco y distraídamente y no me parecía que pudiese ser demasiado emocionante un concierto suyo... Pensé que yo me quedaría velando el sueño de P. y que a A. le agradaría recordar viejos tiempos con su hermanica.

Sin embargo, fue esta la que me hizo ver que muy bien podría P. quedarse a dormir con ellos, con sus primas, e ir nosotros dos, del brazo, a escuchar al dulce juglar. 

-Pues ahora que lo dices...- comencé a considerar ese nuevo plan.

Y así quedó decidido.

El lunes, junto a la camisa convenientemente envuelta en papel satinado, le entregué las entradas. Le encantó.

Pasó, como todas, la semana, y el viernes, después de dejar a P. en casa de sus tíos, nos acercamos al Palacio de Congresos, donde sería el concierto. Como se encuentra este edificio en las afueras, en un polígono industrial, y era además la primera vez que íbamos, salimos con tiempo suficiente, temeroso yo de no encontrarlo y llegar tarde. A A. esas cosas no le preocupan demasiado, y si llega un minuto antes, no se desazona. Uno, en cambio, es de naturaleza nerviosa, y prefiere llegar a los sitios con tiempo suficiente para aburrirse un buen rato. Como en esta ocasión. Llegamos una hora antes de la hora señalada en las entradas.

 El aparcamiento estaba vacío y no se veía un alma por ningún lado. Entonces comencé a sugestionarme.

 -¿Y si no viene nadie más?- le decía a A. -¿Si solo estamos nosotros?... A mí me va a  dar una vergüenza tremenda... Tendremos que pedirle disculpas en nombre de la ciudad... Pobre cantante...

-Ya te dije que veníamos demasiado pronto- fue lo único que se le ocurrió responderle A. a mis angustias.

Estuvimos un rato dentro del coche. Al rato llegó otro, del que bajaron cuatro. Y luego dos más, y así, muy poco a poco y casi todo el mundo por parejas, hasta hacer unas cuarenta o cincuenta personas... Entonces empezó a llover y yo comencé a preocuparme por otro asunto.

-¿Y si me duermo? Si se alarga mucho a lo mejor me entra el sueño... Los viernes ya sabes que a las once me quedo frito en el sofá sin remedio...- le recordé a A.

A. ni me miró. Me cogió del brazo y me llevó hasta la cafetería, a que me tomase un cortado...

Y ya fue el concierto... ¡Qué maravilla! Me he hecho fan, partidario eterno de este señor...

Apareció, como los cantantes de la canción francesa, con una camisa negra, un pantalón del mismo color y una guitarra. Eso y un taburete, un par de micrófonos, una mesita con un vaso de agua y dos focos. Nada más. Suficiente para emocionarnos a todos hasta las lágrimas y ganarme a mí para la causa después de golpearme la cabeza contra la butaca de delante por necio, ignorante y distraído...

¡Qué concierto tan hermoso! Con una voz prodigiosa, que sonaba como en un disco -a veces cerraba uno los ojos y era como si estuviésemos con el spotify-, cantó y contó versos e historias bellísimas todas... Fue un concierto elegiaco pero alegre, porque estaba dedicado a García Calvo y a Chicho Sánchez Ferlosio, de los que contó decenas de anécdotas graciosísimas, que rebajaron la melancolía y nos hicieron reír con ganas... No conocía yo esas canciones del hijo de Sánchez Mazas, pícaras, preciosas, llenas de gracia y vida... Ni esa faceta teatral del cantor de tantos viejos poetas. Recitó, claro está, algunos romances, y nos despidió como a los ríos y fontes de Rosalía.

Al salir, le tenían preparada en la entrada una mesa con algunos discos suyos, para firmarlos a quien quisiese comprarlos. Pero nosotros nos fuimos rápido, para no perder esa sensación maravillosa que nos había dejado el concierto. Llovía en La Mancha como si estuviésemos en Galicia...




                            

1 comentario:

  1. Me alegro que os gustara y se disfrutara. Pues yo, en el mismo sitio, pero el jueves seis asistí con "Mini C" (mi hija) al concierto "tributo" (como dicen los horteras) a "Queen" y puedo asegurar que tampoco defraudó en absoluto.

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