miércoles, 5 de junio de 2013

Segundo viaje a Teruel (III)


Si uno va alguna vez a un parque de los que llaman temático no podrá dejar de darse cuenta de la facilidad con la que el ser humano se deja tratar como ganado.

En el que tienen en Teruel dedicado a los dinosaurios esto se ve claramente. Desde que llegas, te obligan a hacer colas para todo, te hacen ir de un lado para otro, desalmados, y luego, si se tercia, te cierran con la puerta en las narices porque ya no caben más en el espectáculo de 4 D, obligándote a pasar otros quince minutos en la puerta pasando un frío de muerte... Y todo después de pagar unos precios fantásticos y abusivos... Yo creo que si hoy montasen un parque temático para mostrar a las gentes, en sus propias carnes, qué cosa es un campo de exterminio, y cobrasen por entrar abultadas cantidades, nos les faltarían clientes...

Yo, en las colas, siempre pienso estas cosas, por ejemplo que si al final de ellas nos metiesen a todos en un tren camino de Polonia, las gentes no diríamos ni mu y subiríamos mansos y callados...

Estos pensamientos sombríos le circulaban a uno por la cabeza mientras esperábamos para comprar las entradas, azotados por un viento que ya no solo era áspero y desabrido, sino crudo, de los años aquellos de las grandes glaciaciones...

El lugar no está mal. Los críos se lo pasaron estupendamente. Lo del 4 D fue lo que más les gustó a ellos, junto con el museo. A mí no. En primer lugar porque tuvimos que esperar media hora para entrar ya que en el primer intento nos quedamos cortados y una encargada rubia y corpulenta, seguramente con antepasados germánicos, no nos dejó pasar porque, según ella, ya estaba el aforo completo. Cuando al fin entramos, a un solo paso de la congelación, duró el espectáculo no más de cinco minutos: una película en 3 D y unos sillones que vibraban y te daban unas sacudidas muy poco educadas... Maldije al 4 D, al frío negro turolense y a la encargada teutónica...

El museo es otra cosa. Científico, serio y riguroso y, a lo que parece, el mayor de Europa sobre el tema... Allí al fin pudimos entrar en calor...

Y ya nos fuimos, siete horas después de haber llegado, pues hasta comimos en el restaurante de ese parque, una comida igual de parca que la del hotel pero menos sana y a un precio aún más encumbrado...

Volvimos a Teruel por el Ensanche, que, como todos los ensanches del mundo, es muy feo. Dejamos los coches a la orilla de un pequeño parque, al pie de la escalinata que lleva al Paseo Óvalos, que sí es bonito, sobre todo porque puede uno hacerse la ilusión de que se trata de un pequeño paseo marítimo, por lo elevado y por las corrientes de aire que por allí cruzan, todas de naturaleza oceánica.




Callejeamos luego en busca de una pizzería, que les había entrado capricho a los chiquillos. En Teruel, cuando llevas paseando más de diez minutos sin rumbo fijo, pasas sin remedio, varias veces, por la Plaza del Torico. En Teruel, pasas por las mismas calles, una y otra vez, indefectiblemente.




Pizzería no encontramos ninguna, así que, ya muy fatigados, entramos en una taberna que tenía una pizarrilla en la puerta: "Se necesitan clientes. No hace falta experiencia". Por lo menos el dueño debía de ser un hombre bienhumorado, y después de día tan trabajoso, necesitábamos, tanto como la cena, un poco de simpatía...


1 comentario:

  1. Ay, esos bares bienhumorados¡¡¡. En Granada me encontré uno, en cuya pizarra anunciadora de menús rezaba: "Se habla idiomas por señas"

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