jueves, 20 de junio de 2013

La tita Carmen (II)

El domingo por la mañana, después de dejar muy temprano a F. en el tanatorio y comprar el periódico, a la vuelta sonaba por toda la calle la santa misa. Era Querubina, que como está muy sorda, sube el volumen del televisor hasta niveles extremos, y como ya hace mucho calor, abre las ventanas de par en par. Antes de entrar en el portal, llegó un coche con las ventanillas bajadas y una música caribeña retumbando y desparramándose con fuerza desde su interior... Rara mezcla sonora esa de las palabras del evangelio y las notas sabrosas de aquella canción... Parecía la calle un laboratorio musical...

Cuando llegamos de nuevo al tanatorio había otras dos salas ocupadas. Nos informaron con pasmo de que en una estaba, de cuerpo presente, Bartolomé, vecino pared con pared de la tita C., que había finado esa noche; y en la otra el marido de la Gallega, de la Torre Nueva, vecino este de la tita E., que seguramente vivirá largos años porque no para de contar a todo el mundo que está muy mala, llena de achaques incurables...

La Gallega es una mujer que perdió la cabeza hace años, y se dedica a rebuscar entre las basuras y recoger toda clase de despojos, ajena a cualquier otro asunto. Llevan años separados, y su marido estaba en Castellón, con una hija. Cuando se sintió morir, le suplicó a esta que él quería hacerlo en su pueblo. De manera que contrataron una ambulancia y viajaron durante la noche. Llegaron al amanecer, y al cabo de dos horas el hombre murió. Se lo dijeron a su mujer, pero se encogió esta de hombros y se fue, como cada día, a su afán...

Hubo otra vez muchas visitas, y decenas de conversaciones. Nos presentaron a una sobrina de la tita, que trabaja en Telecinco. Se encarga de la producción de algunos programas. Unas veces unos y otras otros. Ahora, nos explicó, hace mucho deporte, carreras de motos sobre todo, y también, de vez en cuando, alguna corrida de toros. Sin embargo, lo que más le gusta es internacional, donde comenzó, pero ahora, como hay menos dinero, y también a causa de la muerte de José Couso, ya no suelen mandar a nadie fuera.

Hace años estuvo en Gaza, grabando un reportaje. Esto nos lo contó su madre, hermana pequeña de la tita, y lo mal que lo pasó ella, sabiéndola en un lugar tan inflamable. Su hija, una muchacha de mucho agrado -como la calificó después F.- y discreta, protestó: "Mamá, estás exagerando". Pero insistía su madre en el sinvivir de aquellos días en los que andaba su hija con un chaleco antibalas y un casco militar, y celebraba sus nuevas ocupaciones, por ejemplo esas corridas goyescas en Ronda, tan bonitas...

Esta mujer, de gran parecido físico con la tita, y su misma voz, andaba muy incómoda porque se le acababa de romper un diente, y apenas abría la boca -se disculpó- para que no se le notara esa falta. Entonces F. le explicó lo que, ante idéntico contratiempo, hizo mi madre una vez: "Mi consuegra, cuando le pasó eso mismo, se puso en el hueco que le quedó un chicle, y tan reverenda..."

Yo pensé que la mujer se lo iba  a tomar a guasa, y ya me veía dándole explicaciones cuando F. confirmase que no era una broma... Pero no. A la mujer le pareció una solución muy razonable y, al rato, ya se había hecho el mismo apaño y hablaba con la gente más desenvuelta y sin ese freno...

El funeral fue a las seis de la tarde y todo funcionó con una puntualidad y una eficacia de nación nórdica. Para otros asuntos no, pero para este de la muerte, este país está preparadísimo.

A las siete y media ya había terminado todo. Habían sacado a la tita de aquel cuarto con escaparate, la habían bajado a San Isidoro, el cura había compuesto las frases de rigor y bendecido el ataúd, que flanqueaban, a pie firme, cinco mienbros de la cofradía del Resucitado, a la que la tita pertenecía y para la que había cosido y preparado mantos y otros muchos ornamentos...

Luego, como es costumbre en el pueblo, los asistentes al funeral formaron una larguísima cola y fueron pasando por delante de los primeros bancos -a la izquierda los hombres, a la diestra las mujeres-, para dar el pésame a los deudos...

A pesar de esto, en seguida llegamos todos al cementerio y en apenas un cuarto de hora, todos en silencio viendo trabajar a  los albañiles, ya estaba la tita en el nicho...

Nos despedimos allí mismo. El tito P. muy preocupado por el viaje, pues no se perdonaría que nos pasase algo por haber ido a despedir a la tita y acompañarlo un poco a él...

En la carretera apenas encontramos tráfico. Por el retrovisor, el atardecer se veía amarillo y  agrio...




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