viernes, 6 de septiembre de 2013

Álbum de verano (IV)

Tranco cuarto (Asturias)

Gaviotas en Oviedo, conversando, como nosotros, en la calle del Peso. Habrán venido, también como nosotros, a ver a los viejos amigos…



En Santianes, pasando la tarde con N. y los chiquillos, nos encontramos con John Silver en una silla de ruedas eléctrica. Pero ya no parece John Silver. Hace veinte años andaba por estos caminos con la mirada turbia y unas muletas de madera, y se subía a las barricas de un oscuro chigre de Santaolaya, desde donde dejaba pasar, melancólico, el tiempo. Seguramente soñaba con su barco, con las largas travesías, con aquel tesoro perdido… Al despedirnos, al filo de la medianoche, lanzó N. – los tenía guardados de las últimas fiestas- dos voladores. Volvimos a casa felices y dejando tras nosotros un heroico aroma de pólvora quemada…



A la playa de El Espartal se llega entre naves industriales y una fábrica de cinz. Pero es hermosa esa playa, con un faro a la diestra y las torres de Salinas, lejanas, a la siniestra. Flotaban jirones de niebla sobre la arena que se movían como los muiles que se acercaban a las aguas poco profundas de la orilla. El mar estaba quieto y dormido. En la línea del horizonte, como en una página en blanco, la letra capitular de un carguero…


(El barquillero de El Espartal. Foto -bien hermosa- de Carmen Santamarina)

Entre otros muchos, conserva mi padre en su cartera un carné que le habilitaba para usar un encendedor. Se lo regaló mi madre cuando novios. Del encendedor ya no hay noticia. Sin embargo aún lleva mi padre en su cartera ese documento. No ha dejado mi padre de pagar nunca un tributo municipal, por insignificante o extravagante que fuera. En nuestra infancia, las únicas bicicletas de nuestro pueblo que estaban matriculadas fueron, cada verano, las nuestras…



Visita a Luna, que ha parido siete cachorros. Al llegar, encontramos solo a seis. Después de mucho buscar, descubrimos al séptimo bajo una pequeña manta. Estaba tan profundamente dormido, y ocupaba aún tan poco espacio en este mundo, que habíamos pasado a su lado sin darnos cuenta. Su madre ya no les hace mucho caso y, aunque son preciosos –pequeños, peludos, suaves…-, mi prima anda indagando a quién le gustaría adoptarlos… Y todavía no encuentra a nadie.


(Luna y algunos de sus cachorros)

En la librería, como después de mucho buscar entre las mesas y los estantes no encuentro lo que busco, me veo obligado a acercarme al mostrador y preguntarle a la dependienta. Como es una mujer muy profesional, hace como que no se inmuta, pero me doy cuenta de que se le ha subido ligeramente el párpado izquierdo:

-Busco un libro… Se titula “Nuevas maneras de matar a tu madre”…

Como el párpado le continúa latiendo, esconde el rostro tras el ordenador y, sin abandonar ese parapeto, me señala el piso de arriba.

-En la primera planta, por favor.



En Villaviciosa con J. y E. Comimos en El Catalín, de cara al mar, y luego nos acercamos a Tazones. La madre de J. nació allí. Su abuela era la maestra del pueblo. Llevaban, nos dice J. que contaba su madre, una vida muy miserable estas gentes. El trabajo en el mar era duro y peligroso y apenas dejaba para comer. Hoy, sin embargo, hay muchos más restaurantes que barcos, y tiendas para los turistas, de azabaches y otras golosinas.

Luego subimos hasta el faro. No había por allí ni un alma. Solo nosotros, el viento que silbaba entre los eucaliptos y el murmurar del mar al pie del acantilado. Como si fuésemos contrabandistas a la espera de la noche y de una señal en el horizonte...



(Faro de Tazones)





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