lunes, 2 de septiembre de 2013

Álbum de verano

Hace tiempo pasábamos los veranos con una cámara de fotos tapándonos la cara. Luego, al volver de las vacaciones, revelábamos el carrete y pegábamos en un álbum las mejores y más significativas. Ahora, sin embargo, vamos por ahí con una libretilla, cortesía de algún laboratorio farmacéutico –me las pasa mi hermano-, y aunque continuamos teniendo una cámara fotográfica y también llevamos en el bolsillo un teléfono móvil, apenas los utilizamos. Con un lápiz igualmente pequeño, apuntamos lo que nos llama la atención, o lo que nos ha hecho un poco felices, contamos un viaje, un encuentro, una conversación… Y luego, por no perderlo, lo pasamos a limpio aquí. Como las fotos en un álbum.


Viene todo esto a cuento para explicar que, a partir de hoy y hasta quién sabe cuándo, vamos a poner en este candil todo eso que fuimos escribiendo en esas libretas diminutas. Como esas familias que invitan a sus vecinos a tomar una cerveza y, cuando los tienen indefensos en el sofá, les ponen el vídeo de sus vacaciones… Pues eso va a ser esto, más o menos, durante un tiempo. El que avisa no es traidor…

Empezamos...

Tranco primero (Albacete)

Se han mudado los vecinos del primero. Aquellos que montaban unas zambras tremendas, los de las voces privilegiadas, los de los dramas desgarrados y shakespereanos, los de las bodas exóticas, los de las ropas coloristas y caras, los de la piel de cobre y fiebre en los ojos...

Se han mudado -todo esto que viene a continuación lo sé por M., nuestra buena vecina de arriba- justo el día antes de que viniesen a desahuciarlos. Llevaban ya muchos meses sin pagar el alquiler. En apenas unas horas se han llevado todos sus muebles y los electrodomésticos del casero. Al parecer han dejado la casa en muy mal estado. Es lo que tiene las fiestas flamencas, que lo dejan todo hecho un desastre. Aquellos zapateados enérgicos, esdrújulos y rítmicos de tantas madrugadas han dejado profundas huellas en el parqué.

La verdad es que últimamente no teníamos queja. Desde hace algunos meses apenas se les oía. Parece ser que sufrió el patriarca un infarto que a punto estuvo de llevárselo por delante, al cielo de los gitanos, y que anduvo luego largo tiempo decaído, delicado y sin ganas de bulla.

Llevaban -me informó M.- preparando su huida largo tiempo, y tenían apalabrado un piso en la zona del nuevo centro comercial, donde viven ya algunos de sus hijos, uno en concreto en un adosado con amplio patio que le tiene alquilado a un farmacéutico. Cuando el patriarca se recuperó, comenzaron a celebrar sus fiestas allí. 

Ahora, el silencio es maravilloso y cervantino, pero, no sé por qué, estos últimos días me despierto en mitad de la noche y siento como si me faltara algo. Creo que los estoy echando de menos...

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