jueves, 16 de enero de 2014

La estancia IV

El día de Navidad vinieron los sobrinos a casa. Como son de natural inquietos, suelen ponerlo todo patas arriba, pero esta vez le pedí a P. que les hiciese algunos trucos de magia. Mano de santo. Estuvieron de lo más civilizados, sobre todo G., que estaba fascinado con algunas de esas prestidigitaciones de su primo, y le pedía que le enseñase el secreto de esos prodigios.

-Si te doy un euro, ¿me lo explicas?-le pidió G. a P. a propósito de uno de esos juegos de manos.

-No, este no puedo contarlo -se ponía interesante P.

-¿Y si te doy cincuenta?

Luego, a la hora vespertina, nos fuimos a casa de C. y H. Desde allí se ve el Aramo, que lucía, en el atardecer sombrío, cuajado de nieve. Mientras P. jugaba con M. y N., charlamos muy apaciblemente sobre esto y lo otro. Y me dio H. una lista de series que deberíamos ver y que yo dejo aquí por si a alguien le interesan:

Logmire

Good cop

The fall

The shadow line

The bridge

Utopia

Broadchurch

Luther

y Forbrydelsen (de esta última ya habíamos oído cosas buenísimas y puedo dar fe de todas sus bondades, que ya he empezado a verla -siete capítulos llevo ya- y me he enganchado a ella como una adicto).

A la vuelta, ya de noche, volvió la ciclogénesis. Pero no era otra cosa diferente a las borrascas de nuestra juventud: lluvia racheada, algo de viento, frío... Nada que no sea lo corriente en los inviernos del septentrión. Manejaba el coche con más seguridad, sin necesidad de mirar hacia mis pies para ver qué pedal estaba pisando... Camino de Mieres, nos acompañaban el rumor de la lluvia y el ruido áspero de los limpiaparabrisas del coche viejo de mi hermano...


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