viernes, 8 de abril de 2011

Allá lejos y tiempo atrás

¡Qué diferente la infancia que este libro maravilloso nos cuenta y la vivida por nosotros! ¡Qué lejos está Mieres de la Pampa argentina! ¡Y qué diferentes nuestros gustos de entonces, nuestra vida juvenil, de los de ese chaval inglés y emigrante, tan amante de los pájaros, de las flores y los árboles que le rodean! Y sin embargo, cuánto hemos disfrutado con su lectura, y qué próximos nos hemos sentido a él.



Pienso yo que esto sucede porque nunca puede resultarnos lejano aquello que se nos cuenta con naturalidad y sin pretensiones, con emoción verdadera, sin retóricas ni imposturas. Cualquier vida, si se sabe contar, se parecerá a la nuestra, a la de todos. Y que una suceda en las vastas llanuras por donde cabalgan los gauchos y la otra entre escombreras, en un valle estrecho y oscuro, eso solo son detalles secundarios.




jueves, 7 de abril de 2011

Amanecer

El cambio de hora nos ha traído tardes más anchas y amaneceres menos madrugadores. Lo que hemos ganado por un lado lo perdemos por el otro. O no, porque aunque ahora, al levantarnos, vuelva a ser de noche, mientras desayunamos vemos cómo se va abriendo la flor del día, muy pálida, a través de la ventana de la cocina. No es, desde esa perspectiva, un espectáculo sobrecogedor ni grandilocuente. Los amaneceres ciudadanos, contemplados por el patio de luces, resultan un asunto bien modesto y humilde. Pero mientras nos tomamos las tostadas y el café, asistir a la la llegada de esa luz tan tierna y tímida, la primera del nuevo día, nos conmueve realmente y nos prepara el ánimo para los afanes y trabajos que nos esperan.

miércoles, 6 de abril de 2011

Fútbol y libros o viceversa

Cuando se nos presenta la oportunidad de aunar dos vicios, el placer que nos proporcinan se multiplica geométrica y gloriosamente. Esto, que podría ser el aforismo de un epicúreo, se me ocurrió a mí solo el otro día, cuando leía un hermoso libro sobre fútbol.


Se titula, ese libro, La vida es un balón redondo, y está compuesto por una serie de artículos en los que un editor y librero declara su amor incondicional hacia ese deporte, las sensaciones que le ha regalado a lo largo de su vida, las personas que le hizo conocer... Es un libro precioso, escrito con naturalidad y gusto, y se lee con agradecimiento y emoción.


Es raro encontrar un libro así sobre fútbol. Y no porque falten libros dedicados a tal asunto. Sin embargo, suelen ser todos tomos ilustrados y oportunistas, que imprimen a toda prisa tras alguna victoria sonada, o sobre los grandes equipos del país. Mucha foto y poco texto. Leer algo más inspirado y de cierta calidad literaria sobre este tema resulta mucho más difícil. Parece que en el mundo anglosajón son más frecuentes, pero aquí, aquí apenas hay nada.

Siguiendo esa tradición británica, el corresponsal de El Mundo en Londres, Íñigo Gurruchaga, ha escrito también un libro muy hermos al respecto. Se titula Scunthorpe hasta la muerte y es el relato de la vida de un futbolista vasco en un equipo de la cuarta división inglesa. ¿No suena muy emocionante? Pues les aseguro que se lee de un tirón, y que no habrá muchas novelas que retraten esa ciudad industrial -Scunthorpe-, el norte de Inglaterra y la pasión de los ingleses por este viejo deporte como aquí se hace.


Después de leerlos, me los llevé al estudio y los coloqué cuidadosamente, con agradecimiento, al lado de los pocos semejantes que tenemos entre tantos otros libros: Eduardo Galeano, Juan Villoro, Osvaldo Soriano... Es nuestra única colección, nuestra pequeña colección de libros de fútbol.









martes, 5 de abril de 2011

Las metáforas las carga el diablo (Asesinato en el aula)

El otro día maté a un alumno. Ya no podía con él. Le clavé un cuchillo en el corazón.


Aparentemente se trataba de un muchacho dulce y cariñoso, pero al poco tiempo se descubría que su única misión era sacar de quicio al profesor para que este acabase arrojándose por la ventana. Es probable que estuviese incluso preparado para que, el día que eso ocurriese, puediese grabar el suicidio y ganarse así unos euros vendiendo esas imágenes a cualquier televisión. Entre otros comportamientos y actitudes desasosegantes, acostumbraba a realizar unas preguntas extrañísimas. Por ejemplo, un día, al haber dicho yo algo sobre el ancho mundo a propósito de no sé qué asunto literario, levantó la mano y me preguntó muy seriamente que dónde estaba exactamente ese lugar. Me dejó con la boca abierta.




Desde entonces, cada vez que levantaba su manecilla morena, me echaba a temblar. Lo normal es que fuesen cuestiones absurdas y sin relación alguna con lo que se estuviese tratando en ese momento. Por eso, cada vez que alzaba su mano, le invitaba a reflexionar:

-X., si la preguntas que vas a hacer no tiene nada que ver con lo que os estoy explicando, te esperas y me la haces cuando suene el timbre y la clase haya terminado.

Entonces se ruborizaba un poco -un artista de la simulación-, bajaba el brazo de inmediato y no decía nada.

Sin embargo, otras contestaba que sí, que lo que quería preguntar venía al hilo de lo estudiado, y formulaba su duda. Por ejemplo, una mañana en la que estábamos hablando de los géneros literarios, ante mi acostumbrado aviso me respondió muy seguro:

-Sí, profesor, hoy sí que tiene que ver con lo que nos estás contando.

-Bueno, vale. A ver, qué es lo que no entiendes.

- A usted (X. unas veces me trataba de usted y otras de tú), ¿qué libros le gustan más, los que llevan estampas o los que no las llevan? 


De manera que el otro día decidí matarlo. Se me ocurrió de repente, mientras trataba de explicarles el complemento agente.

- Reconocer  un complemento agente es como descubrir a un asesino que se ha dejado olvidadas tres pistas capitales- les dije. - Imaginaos que un buen día, invernal y oscuro, se marcha de repente la luz y, al volver de nuevo esta, nos encontramos el cuerpo sin vida de X. caído en el suelo al lado de su pupitre, rodeado por un charco de sangre- me acerqué hacia X., que me miraba con extrañeza y puse mis manos sobre sus hombros. -¡Un afilado cuchillo está clavado en su pecho!- grité para darle más dramatismo al relato al tiempo que apretaba los hombros de X. - Evidentemente, no se ha muerto de un infarto, así que debemos descubrir al asesino, que está entre los que ocupamos el aula- y aproveché que seguía con mis manos sobre sus hombros para zarandearlo un poco. -Afortunadamente, el asesino ha dejado tres pistas: 1ª. Una toallita limpiagafas de las que venden en Mercadona -nombré a los que las llevábamos, a las gafas me refiero, ocho o nueve; 2ª.Un recorte del Marca del día anterior- solo quedamos cuatro, los varones-;  y 3ª. Tres pelos canos. La primera señala a los que tenemos gafas; la segunda a un varón, y la tercera a alguien con el pelo ya cano... Luego el asesino...soy yo- voceé mientras sacudía los hombros de X. a izquierda y derecha.




-Pues bien- terminé mientras abandonaba la cercanía de X.,  y el tono exaltado y me volvía  a mi mesa desahogado y feliz-, del mismo modo un complemeto agente se descubre por tres señales o avisos, a saber: acompaña siempre a un verbo en voz pasiva, debe ser un sintagma preposicional con la preposición... etc., etc.


¿Después de esta lección, volverá a hacerme esas preguntas peregrinas X.? No me cabe la menor duda. Mañana mismo sin ir más lejos. Del complemeto agente, sin embargo, no recordará absolutamente nada.

lunes, 4 de abril de 2011

Feria del Libro 2011

Este año se ha retrasado un poco y ha vuelto a la ciudad al tiempo que las golondrinas. Normalmente llega antes de la primavera y siempre hace, mientras permanece aquí, un tiempo frío, lluvioso y desapacible. Este año, sin embargo, las temperaturas son ya templadas y agradables, pero aún así, la primera vez que la visitamos corría por el Paseo un aire helado muy impertinente y ayer amaneció el día con un cielo de un color marrón-barro bien triste,además de caer tres o cuatro chaparrones  malintencionados.


Son, como cada año, los mismos libreros y casi los mismos libros, ambos compartiendo el mismo aspecto menesteroso y desangelado de siempre. Los libreros tienen todos un aspecto patibulario y feroz que, juntándolos a todos, darían para una perfecta tripulación pirata. Mal afeitados, con los pelos revueltos, la piel quemada por esta vida suya a la intemperie, y una mirada desesperanzada y perdida en lejanas ensoñaciones, dan todos un poco de miedo. Son, además, muy ignorantes la mayoría.



Un día, mientras revolvíamos un rimero de pobres tomos polvorientos, justo a nuestro lado aparecieron dos adolescentes que le pidieron a uno de estos bucaneros "El coloquio de los perros".

-De animales aquí no tengo nada. Preguntad en esa caseta de ahí- les rugió el barbado librero.


Los libros que venden parecen sus cautivos. Como Cervantes en Argel, aguardan sin esperanza a que alguien pague el precio que les han asignado como rescate. Y como llevan tanto tiempo junto a sus captores, muestran ya el mismo aspecto destartalado que sus dueños. Nos dan siempre muchísima lástima. Amarillentos y sucios, llevan una vida arrastrada y lamentable de ciudad en ciudad y de feria en feria. Libros huérfanos, arrojados sin compasión al arroyo, manoseados una y otra vez pero sin que nadie se termine de decidir y los saque de esta errancia triste comprándoselos al filibustero que es su dueño. Libros que nadie lee, que nadie leyó tal vez nunca, pobres libros tristes y vagabundos. A nosotros nos dan mucha pena. Tanta, que todos los años compramos un número exagerado, y nos los traemos a casa como quien acaba de salvar de la inclusa a unos huérfanos. Al llegar, les quitamos el polvo, los aseamos un poco y les buscamos un rincón abrigado en una de las estanterías del estudio, en espera de que llegue el día en que los leamos.


Otras veces, sin embargo, nos acercamos a estas casetas como el pescador de trucha. Paseamos arriba y abajo, lanzando al mirada sobre los montones de libros como quien suelta carrete y deja caer el anzuelo en la corriente del río. Así una y otra vez. A veces pica algo, y otras no. Recordamos tardes muy felices, como cuando encontramos algunos libros de Cunqueiro o de Pla que no teníamos, o alguna de esas novelas de Carlos Pujol que tanto nos gustan. Otras, en cambio, volvíamos a casa con el morral vacío, y entonces entrábamos en la librería de nuevo, para remediar ese vacío. Pero al llegar a casa nos sentíamos un poco avergonzados, como aquel pescador que, para no regresar con las manos vacías, se paró en una taberna y pidió unas cuantas sardinas que metió en su escarcela sin darse cuenta de que se las habían servido asadas...


En fin. Este año, en cambio, además de pronosticarse un mejor tiempo, más plácido y caluroso, apenas hemos podido remediar a ninguno de estos libros desamparados, ni pescar casi nada. Los que nos hubiésemos traído de buena gana ya los tenemos todos. Moraleja: acumulamos ya demasiados libros.

viernes, 1 de abril de 2011

Muñecos de cera

Una vez visité el Museo de Cera de Madrid. No recuerdo haber estado en un lugar más triste y horrible, y eso que les podría contar algunos relatos de terror a propósito de ciertos hoteles y pensiones en los que tuvimos que alojarnos durante nuestra juventud, y a que una vez también estuvimos en  la ciudad de Guadalajara.


Aquello era la apoteosis del mal gusto. Sombrío y deprimente, pasear por aquellas salas polvorientas con olor a desinfectante resultó una experiencia bien desagradable. Lo curioso es que no eran las escenas de viejos y famosos crimenes lo más siniestro del lugar, no. Siniestras, tétricas y desdichadas eran todas y cada una de las figuras que allí se mostraban: cantantes y actores y escritores, toreros, científicos y políticos, príncipes, princesa y reyes..., todos disecados con unas expresiones inefables. Así como una buena pinacoteca está llena de vida, esta clase de museos son como el tétrico cementerio de un circo especializado en monstruos, mujeres barbudas y hombres elefante. A lo mejor, tendrían que esperar a que estos personajes célebres se murieran, y entonces, en lugar de componerles un molde de cera, plastinarlos, ya saben, y tal vez quedasen mejor, más auténticos y humanos. No sé.


Por todo esto, tengo para mí que una de las razones por las que Marichalar se divorció de la infanta Elena fue para que lo sacasen de semejante lugar. No sé si ustedes vieron las fotos del día en que  retiraron su figura en una carretilla de esas que se usan para llevar las cajas de cervezas a los bares. Lucía una sonrisa que yo creo que, mientras permaneció dentro del museo, no la tuvo nunca. Normal.



Y es que esos muñecos, más que homenajear a los hombres famosos y celébres,son una forma sutil de asesinarlos. Si a mí me hiciesen una cosa así, yo creo que me moría del disgusto.


Todo esto explica también la razón por la que resultan tan inquietantes algunos seres vivos que, sin embargo, parecen una de esas figuras de cera: Ruiz Mateos, Berlusconi, Julio Iglesias, Camilo Sexto ..., tan retocados que no se sabe bien si han sido tratados por un cirujano plástico, por un taxidermista o por uno de los técnicos de estos museos cerúleos. A lo mejor, por los tres a la vez.


El caso es que toda esta reflexión viene a propósito de la que le han hecho al buenazo de Iniesta. Como es habitual, se le parece poco Sin embargo, el otro día comprobamos con cierto repelús que a quien se asemeja en verdad esa figura es a su primo. Nos dimos cuenta al ir a tomar una caña al bar donde este chico -el primo de Iniesta-trabaja. Desasosegados, nos bebimos la cerveza de un trago y nos fuimos de allí a la carrera.