jueves, 7 de abril de 2011

Amanecer

El cambio de hora nos ha traído tardes más anchas y amaneceres menos madrugadores. Lo que hemos ganado por un lado lo perdemos por el otro. O no, porque aunque ahora, al levantarnos, vuelva a ser de noche, mientras desayunamos vemos cómo se va abriendo la flor del día, muy pálida, a través de la ventana de la cocina. No es, desde esa perspectiva, un espectáculo sobrecogedor ni grandilocuente. Los amaneceres ciudadanos, contemplados por el patio de luces, resultan un asunto bien modesto y humilde. Pero mientras nos tomamos las tostadas y el café, asistir a la la llegada de esa luz tan tierna y tímida, la primera del nuevo día, nos conmueve realmente y nos prepara el ánimo para los afanes y trabajos que nos esperan.

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