viernes, 29 de abril de 2011

Tres días en Cádiz (IV y último)

Martes

Lo que ven las gaviotas. Lluvia y el mismo viento de todos los días. De nuevo sin playa. De modo que decidimos subirnos a la torre de Poniente, la más alta de la catedral y de todo Cádiz. Llegamos a sus pies, bajo los paraguas, por calles de nombre maravillosos: calle del Viento, calle del Silencio, Arco de la Rosa, callejón de los Piratas... Parecía como si fuésemos leyendo un poema...


Antes de llegar, paramos en la Casa del Obispo, donde hay un yacimiento arqueológico, restos fenicios, romanos, musulmanes... No había apenas nadie, y estuvimos un rato bien recogidos.


A la torre de Poniente se sube por un larguísimo plano inclinado que la rodea como un abrazo. Llovía sobre la ciudad blanca, sobre el mar de azoteas y terrazas, sobre el Atlántico oscuro...



Comimos en un lugar llamado "El Garbanzo negro". Seguía lloviendo. Volvimos al hotel. En las aceras, varios paraguas con las varillas tronchadas, asesinados por el viento.

...

Salir, tras la siesta y ya sin lluvia ni viento, hacia el Parque Genovés era, qué duda cabe, un gran plan. Tuvimos que esperar a que pasasen un par de procesiones hasta llegar a la Plaza de San Antonio y, luego, por la calle Veedor, a la del Mentidero y ya, al fin, al parque... Estaba cerrado. Ni playa, ni atadecer ni parque Genovés. Menos mal que la ciudad es una maravilla, que si no... Nos consolamos en la cercana playa de La Caleta. Era la bajamar. Las pequeñas barcas varadas en la arena y el edificio del balneario de La Palma, tan blanco y singular, con sus cimientos en la misma playa, componían una estampa preciosa. Además, al poco de llegar encendieron el faro en el castillo.


 
Luego, buscando un lugar donde cenar, nos encontramos con una nueva procesión. La música era muy bonita. P. no entendía que fuese tan alegre.

Finalmente, cenamos en una taberna llamada "La Gorda te da de comer". Camareros muy apuestos, cubanos todos, clientela familiar y un hombre como un tonel reinando detrás de la barra.

Miércoles. Mañana.

Despedida y cierre. Mañana luminosa, soleada, sin viento. Suele pasar. Tras meter las maletas en el coche -con mucho cuidado de no dejarnos ninguna en el suelo del garaje-, antes de abandonar la ciudad nos fuimos a dar un paseo por la playa. Estaba la arena muy tersa, y las olas llegaban a la orilla muy dulcemente. De pronto, comenzaron a tocar las campanas de la catedral. Supongo yo que para despedirnos a nosotros. Abandonamos la playa por una escalera de caracol muy artística.






 
Al cruzar el puente sobre la bahía, mientras las gaviotas planeaban a nuestro lado, de nuevo comenzó a llover. O eso nos pareció a nosotros.




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