lunes, 11 de abril de 2011

Adiós a la feria, adiós

De la misma manera que vino, ayer se fue. Ha sido una feria extraña. No ha traído, como cada año acostumbraba a hacer, lluvias y fríos, sino días muy calurosos, africanos. De manera que los libreros, en lugar de vivir encogidos y friolentos, al borde de la congelación, en sus míseras casetas, se han visto obligados a abandonarlas cada dos por tres y salirse al paseo a respirar un poco porque dentro se achicharraban. Se sentaban en un banco y pegaban la hebra unos con otros, contándose sus cosas. Por nuestra parte, a diferencia también de otros años, la hemos visitado solo un par de veces y  apenas hemos remediado la vida arrastrada de un par de esos viejos libros: Los caraceteres de La Bruyère, un pequeño libro de viajes por Francia y el Diario de la guerra del cerdo de Bioy. Solo eso, porque en casa ya no nos queda  sitio para más.



Ayer pasamos un rato para despedirnos porque, aunque haya llegado tardía y con cielos de un azul lujoso y temperaturas encumbradas; a pesar de que no hayamos podido comprar casi nada y nos hayamos dejado ver poco entre las casetas; a pesar de todo esto, esta feria es para nosotros una vieja costumbre que marca nuestro vivir del mismo modo que la llegada de las estaciones, las vacaciones del verano y las entradas de este blog.




1 comentario:

  1. Las ferias son como la propia vida, se acaban unas y empiezan otras, así constantemente.
    Por las calles del centro aún se puede respirar el aroma de libro antiguo, olvidado, manoseado, como tú dices. Y en el Paseo ya huele a caracoles y cascos de patata...

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