El sábado nos fuimos a Úbeda. Durante los viajes en el coche, para hacerlos más amenos y llevaderos, ponemos música, y para que no haya discusiones, elegimos un CD cada uno, democráticamente.
A. escogió una antología de Loquillo y los Trogloditas, que tienen canciones muy estimables pero a los que yo tengo cierta tirria pues me recuerdan un concierto suyo en Oviedo, lleno de altercados, al que tuve la mala fortuna de asistir. Aún tengo muy viva la imagen del cantante, altísimo cual jugador de baloncesto, saltando belicoso y homérico del escenario y encarándose con el público innumerable que abarrotaba la plaza de toros y le estaba tirando de todo un poco. Lo pasé regular. Sin embargo, me vino bien esa música suya, porque armonizaba perfectamente con la cantidad de curvas que hay desde Albacete hasta Alcaraz, y creo que me ayudó a una conducción más deportiva, fluida y eficaz.
P. se decidió por los Beatles. Desde que un día, en otro viaje, le pusimos un disco de estos muchachos de Liverpool, les ha cogido gran afición. Es música perfectamente recomendable para todo tipo de carreteras. Con ella nos adentramos en los campos jiennenses.
Yo elegí uno de Luis Pastor, donde canta unos temas preciosos a dúo con diversos cantantes de exóticos orígenes: africanos, brasileños, portugueses, canarios, extremeños y uno o dos de Madrid. Sólo escuchamos tres o cuatro canciones porque ya estábamos llegando a nuestro destino.
A P. este disco no le gustó demasiado y trató de convencerme para que volviésemos a los Beatles, pero no cedí. A veces soy un padre inflexible.
Fue un viaje muy plácido, bajo un cielo azul reluciente, manchado aquí y allá por el humo dormido de los rastrojos que estaban quemando en los campos y los olivares. Al final, en el horizonte, las cumbres de la Sierra de Mágina se veían cubiertas de nieve.