viernes, 10 de diciembre de 2010

Barcelona (III)

Domingo 5 de diciembre de 2010 (mañana)

Ir al Camp Nou. Eso es lo que se puede hacer sin esos dos libros en los bolsillos y cuando se tiene un hijo que se acaba de aficionar al fútbol y se ha hecho -como no podía ser de otra manera en estos tiempos y demostrando un evidente buen gusto- aficionado del Barça. La victoria en el Mundial ha hecho mucho daño. Yo, porque ya no tengo remedio, pero a mi hijo me habría gustado que no le llamase la atención este deporte. Que prefiriese, por ejemplo, el baloncesto o el atletismo. En esto es uno como los toreros o los artistas que andan todo el día de aquí para allá: "Yo, esta vida, para mis hijos, no la quiero". A mí el fútbol me ha dado largas horas de entretenimiento, y muchas satisfacciones -por ejemplo, el Mundial-, pero aunque no quisiera ser desagradecido, entiendo que los disgustos que nos llevamos cuando pierde el equipo que uno sigue son de un absurdo absoluto, y ridículas las desazones mientras lo vemos jugar... Pero es el caso que el domigo por la mañana, gris y desapacible, mientras el resto de la familia se iba a las Ramblas, P. y yo enfilamos hacia el campo del Barcelona, que lo teníamos, además, a dos pasos.


Aunque llegamos unos minutos antes de la hora de apertura, ya había una regular cola frente a las puertas. No les cuento lo que nos costaron las entradas porque a lo mejor esto lo lee mi madre y no quiero que se disguste. Con esas entradas te dejaban entrar al museo, donde se exponían todas las copas y trofeos ganados, visitar las gradas, las cabinas de las radios y las televisiones y el vestuario visitante. Luego, desde allí, te permitían saltar al campo por el mismo lugar por el que salen los jugadores, mientras por la megafonía sonaba un ruido de ambiente enlatado como si el campo estuviera lleno y fuese día de partido. Luego podías pasar por la sala de prensa y ya entrabas a una sala multimedia -como se dice ahora- donde se veían, en once pantallas gigantes, algunas de las gestas del equipo. Finalmente, y del mismo modo que ocurre en los museos de arte, la salida pasaba por la tienda, donde te vendían camisetas, gorros, lapiceros, ropa interior, toallas o cualquier otra cosa con los colores blaugranas.








A P. la vista le entusiasmó, sacó unas doscientas fotos (las que ilustran esta entrada son obra suya, una pequeña selección) y hasta se puso un poco nervioso al saltar al campo. Eso lo grabó en vídeo. Naturalmente, el césped ni pisarlo, que había allí dos guardias, a la orilla, que te paraban en seco.






Cuando P. ya bajaba allí a toda carrera, grabándose, una de las vigilantas -sentada en un taburete como en cualquier museo de arte- me indicó: "Fíjese, allí está la capilla". Efectivamente, en ese túnel de vestuarios que lleva hasta el campo, diminuta y desapercibida, se abría una pequeña sala con dos o tres bancos corridos y al fondo, sobre una peana colgada en la pared, la Moreneta. No se paraba nadie allí, todo el mundo pasaba de largo, fascinados por el ruido ambiente y la cercanía de otro templo verde. En ese lugar, los dioses son otros, y esa pequeña virgen pinta poco. De este sitio Pla no dice nada porque ni existía, y si hubiese existido tampoco pienso que le hubiese llamado la atención. Pujol sí lo nombra, pero para decir que nunca lo ha visto ni ha estado en él, aunque  amigos que lo conocen le han dicho que es enorme. Nada más.

Efectivamente, es un mamotreto que, desde la calle, abruma. Rodeado de una alambrada, nos pareció muy feo, grisáceo como el día, puro cemento sin gracia alguna. Dentro, parece mucho más pequeño. Un prado lo mejora siempre todo. De todas formas, lo que más nos gustó a nosotros fue ver la camiseta de Maradona, alguna foto de Quini y enterarnos de que no se conoce, como le ocurre a la lengua vasca, el origen de los colores del equipo. Se barajan varias teorías: que si eran los del equipo suizo del fundador,  que si el color de los lapiceros que usaban los contables de la época o, finalmente, que si fueron las únicas telas que tenía por casa la madre de uno de los jugadores que fue la que les cosió sus primeras camisetas a todos. A mí, esta última me parece la más plausible.



Continuará

2 comentarios:

  1. "El erizo" y "Two lovers"
    visión obligada

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  2. Bella serie la de vuestro viaje a la Barcelona que nosotros tenemos ya tan lejana (desde que el tiín se volvió a Oviedo la cambiamos por Madrid). Dejo el comentario en esta entrada por mí y por Mate, con las ganas que tiene de esas gradas... de ese campo; y para que Pablo sepa un poco del por qué me llamo como me llamo dejo este enlace: http://www.elpais.com/articulo/cataluna/busca/Hermes/elpepuespcat/20041003elpcat_20/Tes

    Gracias a mi padre hay algo de mí en ese museo.

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