La nieve, todo el mundo lo sabe, es algo de una antigüedad enorme. Cae siempre con una lentitud de siglos y cubre la ciudad y los campos con un silencio de otro tiempo, anterior y lejano. Tan misteriosa como los Reyes Magos, aunque, a diferencia de estos, sin una fecha fija en el calendario. A pesar de la sofisticación de los partes meteorológicos, la nieve cae cuando le da la gana y uno menos se lo espera. Y se va siempre antes de lo que desearíamos. Es como las ilusiones, que se desvanecen siempre demasiado pronto. La ciencia la explica con seguridad y muy claramente, pero hay quien asegura que sus copos son los restos de los suavísimos mantos de armiño que cubrieron las espaldas de fabulosos y viejos reyes olvidados. Otros, en cambio, sostienen que no son otra cosa que las plumas de ángeles distraídos y melancólicos que perdieron sus alas.
El caso es que hace un par de días nevó. Apenas unos minutos, unos copos muy tímidos, vergonzosos, pequeños. Pero eran blanquísimos y suaves como el armiño de un viejo rey, y silenciosos y llenos de misterio como la pluma de un ángel.
Casualidad de la vida o no, justamente esta tarde ha nevado durante un par de minutos.
ResponderEliminarQuizá los ángeles, o esos viejos reyes, hayan leído tu blog y han mandado una señal de respuesta. Quién sabe...
Quién sabe, Rocío.
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