sábado, 8 de septiembre de 2012

Cuaderno de Palacio (IV)

En las señales de la carretera que sube al pueblo hemos podido seguir, estos días, un debate apasionado. Se ve que como aquí es muy difícil acceder a internet y a sus redes sociales -solo hay conexión en el bar-, la gente se las debe ingeniar de otras maneras. El otro día apareció la siguiente leyenda en una de esas señales: "Lobos no", escrita con espray rojo. Al día siguiente, alguien había tachado ese mensaje y en otra señal cercana, con un aerosol negro, contestaba, con hipérbaton incluido, esto: "Ecologista sé que eres y te voy a joder". No pasaron dos día cuando, en una indicación de velocidad y de nuevo en rojo, apareció la réplica: "Ven a por mí, hijo puta". Luego, el silencio.




Las nubes se han derramado hoy sobre la sierra como la leche que nos trae don A. cada noche cuando la ponemos a hervir y nos distraemos.




El cementerio más hermoso del mundo. Es muy pequeño, está pegado al muro de una iglesia también muy humilde y, cuando sube la marea, parece flotar sobre el agua, como un barco de piedra, y se refleja tembloroso sobre el agua mansa. Muy cerca de él, a la salida de un puente, hay una capilla de ánimas que se llama El Santín. Es un cementerio muy pequeño y está en el lugar de Niembro. Casi dan ganas, al pasar a su lado, de morirse. Pero solo por un rato.




Pasamos la mayor parte del tiempo en un jardín de 70 metros cuadrados. Hay un manzano, una docena de hortensias, la red de badminton que han montado los críos... Enfrente está el Benzúa, los bosques, los prados y el río, músico e invisible, al fondo del valle... Y a la derecha y a lo lejos, una pequeña cuña de mar, los días claros.




Después de cenar me enfrasco en los libros que don A. me ha dejado. Vuelven a estallar las bombas incendiarias en el Benzúa, que sabemos que tenemos delante pero que, ya noche cerrada, no podemos ver; escuchamos el vuelo rasante de los aviones alemanes, de la Legión Cóndor, la misma que arrasó Guernica. Y luego las historias de "los del monte", los maquis que vivieron por estas sierras: Bernabé, Juanín, Bedoya... Historias de un tiempo violento y terrible. Miseria, injusticia y dolor.




Todas las noches, en la puerta de casa se encienden un farol y una luciérnaga. El farol sobre nuestra cabeza y la luciérnaga a nuestros pies.









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