lunes, 10 de septiembre de 2012

Cuaderno de Palacio (V)

El camino encantado

Delante de casa cruza lo que unos técnicos de la Consejería de Turismo bautizaron hace algunos años como "El Camín Encantau", para atraer a los turistas. Le  encargaron unas imágenes de la mitología  asturiana a un artista escultor y las plantaron, al igual que unos postes indicadores, a lo largo del camino.  Y en dípticos y trípticos y otros folletos a todo color, convocaron a las gentes. Cada día vemos pasar a algunos excursionistas, no muchos. Hoy lo hemos hecho nosotros. Sin embargo, como novelistas modernos, hemos empezado por el final y lo hemos hecho al revés.



En el camino entre Ardisana y Ricaliente, en un recodo, se encuentra  la Cruz de los Garabiales. Por ese camino subían a los muertos hasta el cementerio de Villanueva, y en ese lugar de la cruz se detenía el cortejo fúnebre para rezar un responso por el alma de quien subían a hombros por camino tan empinado y también para recuperar fuerzas.




A las afueras de El Molín saludamos a  los caseros que están limpiando la casa que tienen allí, porque esa tarde entran nuevos veraneantes.




En la Venta los Probes, junto a la bolera, hacemos la primera parada, que ya llevamos una hora caminando y el sol ha empezado a picar. "Fai un sol de mataburros", vocea un parroquiano al entrar al bar. Y todos asentimos.




Luego tomamos  por  el camino que discurre paralelo al río San Miguel, un río limpio, dorado y cantarín, que tuvo un día sus orillas llenas de molinos.




La subida hasta Malatería es corta pero muy pina. En mitad de la cuesta se puede ver, al lado del camino, una tejera. Las gentes de este valle, en los tiempos más oscuros de la escasez y el hambre, eran casi todos tejeros, y organizados en cuadrillas cruzaban las montañas hacia Castilla, tierra de trigo y panllevar, y se pasaban meses allí, trabajando en condiciones muy penosas. Pues bien, estos tejeros o tamargos, que así se les decía, crearon una lengua propia, una jerga, la xíriga, con la que  se comunicaban entre sí, y de la que algo dice Alarcos en alguno de sus libros...




Y ya después de dos horas largas entre bosques y prados, subiendo y bajando, llegamos de nuevo al punto de partida que, como ya quedó dicho, era, desde el principio, el final de este camino.




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