domingo, 16 de septiembre de 2012

Postales de verano (IV)

Día en Gijón. En la playa de Poniente hay levantadas unas casetas. En verano, aquí, a poco que te descuides te levantan casetas en cualquier parte: Semana Negra, Feria de Artesanía, Mercadillo Étnico... Estas son de una Feria Atlántica. Delante de una de ellas un grupo de vascuences canta y baila al son de unos instrumentos bien curiosos, como los que imaginamos debían de llevar los juglares medievales, tan antiguos nos parecen. Antiguos son también los rostros de los hombres y mujeres que los hacen sonar, las barbas pobladísismas ellos, tan remotas como la lengua en la que cantaban.

Algo más allá, junto al edificio del acuario, hay una exposición sobre la caza de la ballena. Viejos arpones oxidados, huesos de rorcual, barbas de cachalote, una chalupa de dos proas... Los paneles que rodean todas estas cosas, colocadas sobre el suelo igual que en un rastro, narran cómo eran aquellas cacerías sobrehumanas. Cómo, por ejemplo, se atacaba antes a la hembra, que siempre iba delante del macho, porque este jamás la abandonaba; o si las había, a las crías, a pesar de que apenas se pudiesen aprovechar, para atraer a la madre que jamás las desamparaba.

Luego de estas informaciones, los textos cuentan cómo agonizaban las ballenas, con tan grandes coletazos que levantaban olas tan encumbradas como montañas, y eran sus rugidos y lamentos como truenos...




Después el cuerpo se repartía entre la Iglesia, el arponero, la tripulación de la chalupa, el atalayero, los despedazadores y otro buen número de gentes.

Leyendo todas estas cosas, se nos sube a la cabeza, como un licor, la fantasía de escribir nosotros, inmediatamente, un Moby Dick cantábrico y terrible...

Por la tarde me separo del grupo y me acerco a la librería Paradiso. ¿Cómo no la hemos visitado más veces? En los tiempos de la juventud entramos tan solo en un par de ocasiones. Éramos entonces muy ovetenses, y a Gijón íbamos poco, a la playa en el verano y cada cierto tiempo a visitar a los abuelos. Pensaba que esa librería habría cerrado ya. Pero no.

Es una librería preciosa. Antigua, acogedora como un nido. Vende también discos, vinilos, claro, y en un rincón, algunos libros viejos. Acompaña nuestras pesquisas entre las estanterías y los rimeros de libros nuevos, muy escogidos, una música discreta y suave, que apenas se nota. Estoy allí más de media hora, en la busca de una revista de fútbol de la que me ha hablado H. Media hora en la gloria.



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