miércoles, 12 de septiembre de 2012

Cuaderno de Palacio (VII)

Última visita al Paseo de San Pedro.  Siempre nos pasa igual: nos entran unas ganas irresistibles de pasarle la mano a la sierra por su lomo, como si fuese un viejo perro; y con la otra, al mismo tiempo, acariciar la piel del mar.




Mañana nos vamos. Así que hemos bajado a la vaquería para que V. les diese las últimas vueltas en el tractor a los chiquillos, y se despidieran estos de las vacas. Mientras hacían todo eso, charlábamos nosotros con don A. En un momento, recordó este sus tiempos de tejero, cuando joven. Le preguntamos entonces si él sabía la xíriga.

-Pues claro que la hablaba, la hablábamos todos -y parece agradecer la pregunta-, lo que pasa es que ya casi no me acuerdo de nada.

Sin embargo, se pone a hablar en esa jerga curiosa, a nombrar esto y aquello y a repetir frases enteras, expresiones que usaban con frecuencia y que, naturalmente, nos tiene que traducir porque no entendemos nada de nada:

-Llerguen para zancañeros y cortubos xida racha, xida, xida agún en que la maga xida exbatio a xodin, xida racha zarra, ¡xicu ñan chupidín - que es, al parecer, una felicitación de navidad. O esto otro:

-Eso que verbeas a yimos / é xíriga de tamargo, / zulia de gomión perdis / y xeda la guxarafa, / que miaire belarda xida / y paro la galtra embriciada / p¨atrincati na belarda.

(Eso que me dices / es en jerga tejera, / calla y reza en la iglesia, que tengo el oído fino / y la mano levantada /para pegarte en la oreja).




Última mañana en Palacio. Paseamos hasta la iglesia, Santa Eulalia de Ardisana, en lo más alto del pueblo, donde también está el cementerio y, en un risco aún más encumbrado, y separado del cuerpo del templo, el campanario. Como están las puertas abiertas, entramos a curiosear un poco. Va a comenzar la misa, pero solo hay, sentadas a los bancos, dos señoras. Y aunque ya es la hora, el cura no termina de salir a celebrar. "Hasta que no haya al menos doce personas, no salgo de la sacristía y no empiezo", sale el monaguillo a decir que ha dicho el señor cura. Nosotros nos vamos.

Algo más allá, recién pasado el cementerio, una estampa medieval: tres paisanos, serios, concentrados, sudorosos, asan dos corderoa a la estaca.

De vuelta a la casa, con las maletas ya en el coche nos despedimos de don A. Como se ha pasado todos estos días viéndome leer me tiene por hombre ilustrado y me alaba el gusto: "Hace usted muy bien, porque yo he visto que el que no sabe se acobarda. Y eso es muy triste, el no saber".

Ya en la carretera, aparecen de pronto en el cielo limpio unas nubes muy pequeñas, como cometas de humo, a la altura de Nueva. Al rato, el estallido de la pólvora. Son voladores. A la izquierda vemos de reojo, mientras conducimos, cómo sacan una pequeña imagen de una ermita que se recorta sobre el mar sereno. Habían anunciado que iba a llover, y a nosotros nos había parecido muy apropiado para la despedida, para subrayar nuestra melancolía y cerrar el círculo de estos días en Palacio. Pero se equivocaron las prediciciones y mar y cielo son hoy de un azul impecable. Y las únicas nubes son esas diminutas y redondas de los sonoros voladores, que se deshacen en seguida, tan breves como estos días que dejamos escritos aquí.

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Palacio. Concejo de Llanes. Parroquia de Ardisana. Cuarenta vecinos y el mismo número de cabezas de ganado, más o menos. Un bar. La dueña de este tiene la costumbre de apuntar, en un calendario que le dieron en la Caja de Ahorros, qué tiempo ha hecho cada día: nublado ( la mayoría), lluvia ( a menudo), soleado (raras veces). Al finalizar el mes, saca sus conclusiones.

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