lunes, 11 de marzo de 2013

Censura

Tenía que suceder...

He decidido que ya no voy a escribir ni un artículo más para el periódico. Se acabó mi carrera de columnista provinciano. Lo explico:

El jueves pasado no se publicó el artículo de La Tribuna que escribimos, cada semana, uno de los componentes del Colectivo Tersites (este nombre se lo puso J.B., que es hombre muy ilustrado y muy emérito profesor de Griego). Le tocaba esta vez a C., que es el impulsor de esta actividad letrada, el único que trabaja en ese periódico y quien nos abrió sus puertas. Se trataba de escribir de lo que nos diese la gana, con una libertad gozosa, sin atadura alguna. Dada la línea editorial de ese periódico, a mí me sorprendía que nos publicasen muchos de los artículos. Y me alegraba que no se dejasen llevar por sus inclinaciones o sus intereses empresariales, y nos dejasen barbarizar sobre lo que nos diese la gana. Tampoco es que lo considerase un gran mérito teniendo en cuenta que solo nos debían de leer unos cuantos amigos y dos o tres familiares. Pero me alegraba que aceptasen nuestras críticas a estos y aquellos sin quejas ni reproches. Hasta la semana pasada. El artículo de C., que a nosotros nos parece magnífico, decidió el periódico no publicarlo. Sin embargo, como en este blog mando yo, aquí se lo dejo:


El balbuceo culpable

Cristóbal Guzmán / Colectivo Tersites

Llegó enarbolando la bandera de la regeneración, como gran fustigadora de los males ajenos, ejemplo de honradez, de recta moral: el brazo ejecutor, en fin, de la irremisible sanción a los despilfarradores.

Encarna la apoteosis de unos principios ideológicos que han conducido a la especie humana a la ruina y al sufrimiento, pero no le tiembla la mano a la hora de aplicarlos. Despiadada y distante, acompaña con una fría sonrisa el desmantelamiento de lo bueno que han sido capaces de construir sus conciudadanos. Escondida en las moquetas de palacio, trata como una basura a los trabajadores públicos y deja para los tiburones que ha colocado en las consejerías el trabajo sucio de una involución sin precedentes.

Llama a lo blanco negro y a lo negro blanco, no anuncia visitas para no recibir abucheos, y a su confort plurisalarial añade la amenaza permanente a los ciudadanos que se permiten el atrevimiento de poner en solfa sus principios, con ese rictus de Dama de Hierro que recuerda que tiene la sartén por el mango y que aquí se va achicharrar todo Dios.

Miente todo lo que puede consciente de sus poderosos altavoces -hasta hace un cuarto de hora voceros de sus enemigos-, atenta contra el sueldo de los funcionarios, convierte una baja laboral en un asalto de El Tempranillo, despoja de sus derechos a los ciudadanos, reprime a los disidentes con multas propias del tardofranquismo.

Ella, la Dama de Hierro, es personaje avezado en la mayor estafa electoral de la historia de España, pero amenaza a diestro y siniestro con querellas, e incluso con la cólera divina, que para algo una se pone mantilla en los desfiles residuales del nacional-catolicismo.

Ella, la Dama de Hierro, levanta la mano, presurosa, cuando el profe pregunta por el déficit. Ha valido la pena, aunque sea a base de que 1.600 becarios trabajen sin cobrar en los centros educativos, de que decreten días de baja actividad en la Sanidad pública o de que una curiosa mutua (hay que ver a lo que se dedican nuestros emprendedores más insignes) amenace por escrito a los funcionarios que están de baja.

Ella, la Dama de Hierro, le cortará la lengua a quien se atreva a pronunciar desahucio, desalojo o privación de la vivienda porque es más propio del verbo versallesco, y menos tendente a la conspiración, decir que el impago producirá los efectos previstos en la normativa.

Ella, la Dama de Hierro, envía a sus mastines pedagógico-sanitarios a arremeter contra los médicos porque se duermen en las guardias, contra los profesores porque no saben enseñar con calidad, o contra la Justicia que paraliza el cierre de las urgencias aunque hayan evitado un crimen social contra los abuelos de pueblos recónditos.

Ella, la Dama de Hierro, venderá los bosques públicos y cualquier cosa que le venga en gana porque lo privado es mucho más eficiente que lo público, dónde va a parar, aunque para parar la sangría de los gurús de la economía  hayan metido 40.000 millones de euros en la banca, hayan subido un disparate los recibos de la luz, no se invierta un puñetero duro en el servicio o para darte de baja en el teléfono haya que recurrir al Tribunal de La Haya.

La Dama de Hierro, tiesa como un témpano, no dudará ni un momento en reclamar su papel de alumna aventajada en los recortes del gasto, botón de muestra de ese del dogmatismo fanático que renuncia a aumentar los ingresos cuando, según los técnicos de Hacienda, en la región en que gobierna a sus súbditos el fraude fiscal asciende a 3.500 millones de euros por mor de la “nefasta” lucha contra el fraude fiscal.

Pero hubo un día en que la calculadora Dama de Hierro flaqueó, porque tal cosa puede colegirse de esta respuesta desde su atalaya genovesa: “Una indemnización en…en diferido, en forma… efectivamente… de simulación, de simulación o de lo que hubiera sido en diferido… en partes de una… de lo que antes era una retribución, tenía que tener la retención a la Seguridad Social”. Y la seguridad dio paso al balbuceo, y la frialdad a los nervios, y la lección de transparencia a la sospecha.

Y la imperturbable y férrea María Dolores devino figurilla de hojalata, rehén, como el Gobierno de la nación, del que ha puesto a buen recaudo los papeles de la vergüenza.

1 comentario:

  1. ¡Bien dicho, Enrique! Es un artículo estupendo y hay que difundirlo.
    ¡Libertad de expresión!

    ResponderEliminar