martes, 5 de marzo de 2013

Tarde de lluvia

Tenía pensado pasar esta tarde de lluvia en casa, escribiendo estas cosas sin importancia, preparando las clases de mañana, leyendo un rato -ahora el "Jardín inglés" de Pujol, como todas sus novelas una de las formas de la felicidad-... Pero no.

Ayer por la noche, al quitarme una de las lentillas, tuve cierta dificultad y se me irritó el ojo lo indecible. Además, aunque el ojo volvía a mirar miope el mundo que me rodeaba, la lentilla usada no se veía por ningún lado. Me puse las gafas, y tampoco.

Pasado un tiempo, seguía el ojo molestándome tanto que llegué a pensar que se me habría quedado esa lente escondida en algún rincón del globo ocular... Pasé la noche inquieto y desasosegado -hasta llegué a soñar que amanecía tuerto, que me compraba un parche como el que llevaba John Ford y que se moría la vecina del primero (los sueños son muy raros)-. Sin embargo, al levantarme las molestias habían remitido. Y la vecina, afortunadamente, continuaba viva.

Di mis clases sin mayores contratiempos y en la sobremesa regresaron las raras sensaciones en el ojo. De manera que me fui a nuestra óptica de confianza, donde hay un optometrista magnífico. Yo soy muy fan de ese hombre. Es muy riguroso y didáctico. Cuando nos anunció que P. era, como nosotros, miope sin remedio, nos estuvo explicando a los tres durante media hora larga qué cosa era esa de la miopía y cómo se podía aliviar, y las investigaciones que están llevando a cabo los chinos y no sé cuántos datos más... P. salió contentísimo, deseando ponerse unas gafas. 

Cuando llegué me atendió al momento. Me explicó que no era raro que se perdiese de ese modo una lentilla, que a veces anidaban en algún rincón escondido, pero que no tardaban en reaparecer. Me miró a conciencia. Nada. Y tampoco vio nada anómalo, alguna pequeña úlcera o herida por el toqueteo al que había sometido a mi pobre ojo. 

Me volvía a casa contentísimo, feliz por haber evitado convertirme en un tuerto, por la vecina del primero también, por la tarde de lluvia, una lluvia dulce y civilizada, sin esos dramatismos que muestra en ocasiones por esta tierras ya un poco levantinas. Un lluvia feliz.


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