viernes, 22 de marzo de 2013

Un artículo nonato

Ayer tenía que haber salido este artículo en el periódico. Como se explicó en su día, ya no vamos a escribir nada en él. A lo mejor, hemos pensado, abrimos un blog con el nombre del grupo -Tersites-, y lo usamos para nuestros desahogos en forma de artículos, los mismos que los escribíamos antes más los que quieran sumarse. Pero esté ya estaba hecho y, para no desaprovecharlo, pues lo traigo aquí.


Perdidos

Igual que los protagonistas de aquella famosa serie, después de un tiempo subidos a una nube y viajando cómodamente en lo más alto, nos vemos ahora estrellados en una isla desierta en la que no hay otra cosa que una selva impenetrable dentro de la cual ocurren cosas bien peregrinas e inexplicables. Creíamos vivir en el mejor de los mundo posibles, creíamos ser ricos, guapos y prósperos, y en lo que tarda un avión en desplomarse hemos descubierto que solo somos unos pobres náufragos perdidos en una isla lúgubre e incierta.



¿Por qué ha sucedido todo esto? Si uno lee los periódicos al uso, o ve los telediarios de las grandes cadenas, o escucha la radio, poco sacará en claro. Ahora, si se ve un programa de nombre Salvados, entonces la explicación aparece clara y luminosa… No sé ustedes, pero yo no conozco un periodismo mejor hecho y más benéfico. Si alguien quiere saber qué es realmente lo que nos está ocurriendo, no puede dejar de ver cada uno de los capítulos de este programa. Se habla en ellos de todo: de los bancos y las cajas de ahorro, de la ley hipotecaria, del tribunal de cuentas, de los negocios de la electricidad y las gasolinas, del funcionamiento de las diputaciones, del fraude fiscal, de las comunidades autónomas, de la toga, la espada y la cruz…  Si algún día, dentro de muchos años, viene un historiador a hacer el inventario de estos ciegos años,  no podrá dejar de ver todas estas horas de televisión.

Conduce este programa, de una realización exquisita, casi cinematográfica –fíjense en sus cabeceras-, Jordi Évole, que comenzó  en la tele como comediante y ha desembocado en un periodista impagable, uno de esos periodistas que, como pedía Camus, “informa bien en lugar de informar rápido, precisa el sentido de cada noticia mediante un comentario apropiado, instaura un periodismo crítico y, en todas las cosas, no admite que la política venza sobre la moral ni que ésta caiga en el moralismo…”

Que el señor Évole comenzase su carrera como cómico no es un dato irrelevante. Porque solo a través del humor y la ironía se puede aguantar lo que está ocurriendo. Pero en Salvados, el señor Évole deja atrás sus personajes y aparece tan solo como alguien que quiere saber lo que está pasando y que lo pregunta con una eficaz mezcla de ingenuidad, picardía y firmeza. Con educación exquisita pero con obstinación, negándose a comulgar con ruedas de molino y sin dejarse llevar por la corrección política ni los prejuicios.

El programa tiene, casi siempre, la misma estructura. En primer lugar hablan especialistas en la materia sobre la que se va a tratar, periodistas serios que han investigado el tema, inspectores de hacienda, economistas, vecinos, ciudadanos, siempre muy bien preguntados. Pero lo más revelador nos son estas charlas, sino lo que viene después, a saber, las preguntas al político, que al tratar de excusar lo inexcusable, de explicar lo inexplicable, queda en las más cruda de las evidencias, desnudo como el rey aquel del cuento…

Aunque se han aireado mucho, como no podía ser de otro modo, las declaraciones que le hizo el señor Matas, yo guardo un recuerdo imborrable de la entrevista a Miguel Sebastián, ex ministro de Industria con Zapatero. No lo pude pasar peor aquel domingo, viendo a aquel pobre hombre tragando saliva, sudando ante cada pregunta que se le hacía, revolviéndose inquieto y desasosegado en su asiento… No le llegaba la camisa al cuerpo al ex ministro… El momento culminante fue cuando le recordaron sus advertencias a los bancos de que se le estaba al gobierno acabando la paciencia, y cómo se decía que el señor Blanco le había corregido. El ex ministro creía que no le estaban grabando y contó que ese señor Blanco le había tirado de la oreja, efectivamente, por aquellas declaraciones suyas, y que le había aconsejado lo siguiente: “Con los bancos la paciencia ha de ser infinita”… Yo, no sé por qué, escuché esas palabras con la voz que dobló a Marlon Brandon en El Padrino.

Por eso, cuando salen algunos a utilizar el  Tribunal de Cuentas como argumento de autoridad para defender la limpieza de las cuentas de su partido, nos entra mucha risa. El capítulo sobre este tribunal es también antológico: miembros suculentamente pagados y colocados allí por los mismos partidos que van a vigilar; informes que llevan cinco o seis años de retraso; evaluaciones que pasan por alto la opacidad de las cuentas de ayuntamientos y diputaciones; millones que se dice no saber de dónde han salido pero que solo suponen una leve reconvención avisando de que eso no está bien, que no lo vuelvan a hacer… Como ven, el visionado de semejante programa es tan pedagógico, que cuando vienen luego a tratar de engañarte, te das cuenta. Otra cosa no puedes hacer, pero ya tienes que ser muy distraído para no darte cuenta…

De manera que te acuestas cada domingo con una rara mezcla de agradecimiento e indignación, lúcido pero desolado. Mejor informado pero más impotente. Viendo Salvados, es raro no sentirse perdido. No hay nada que hacer, piensas mientras reclinas tu cabeza en la almohada. Sin embargo, antes de dormirte, te dices a ti mismo que si ese programa sigue vivo, todavía hay una esperanza. Pequeña y muy frágil, como aquella luz del pasillo que dejaban encendida tus padres en la infancia, en las noches de pesadilla o tormenta. Pero una esperanza al fin.


            

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