martes, 14 de mayo de 2013

Brontofobia

Me despertó, a las tres de la mañana, lo que me pareció el arrastrar de una maleta. ¿En el primero?, ¿en el tercero?, ¿quién se iría de viaje tan temprano? Cuando andaba en esas cavilaciones amodorradas, sonó el segundo trueno. Hacía mucho tiempo que no escuchaba uno. ¡Qué cosa tan antigua un trueno! Un sonido tan viejo como el mundo, un rugido fiero y ancestral, una amenaza oscura. Me volví a dormir.

Mi madre siempre les tuvo mucho miedo a las tormentas. Cuando llegaba una corría a asegurarse de que  las ventanas estuviesen cerradas, bajaba todas las persianas de la casa dejándola a oscuras y nos pedía que apagásemos la televisión y lo desenchufásemos todo. Luego le ponía una vela al Corazón de Jesús y se quedaba muy quieta en una esquina, en la oscuridad, rezando en silencio.

Una vez, en su juventud, uno de esos días terribles de rayos y truenos mi madre desapareció. La buscaron por toda la casa, salieron a la huerta, a la orilla del río, a la calle... Gritaban su nombre por encima del estruendo de la lluvia y los truenos. Sin respuesta. Ni rastro de mi madre. Al final, cuando amainó la tormenta, reapareció mi madre saliendo del fondo del armario en el que había buscado refugio.

Frente a aquellos que explicaban a sus hijos que las tormentas no eran otra cosa que el ruido que hacían los ángeles al jugar a los bolos sobre unas nubes de algodón, mi madre conocía historias terribles de muertos fulminados por el rayo, de gentes con nombres y apellidos que habían desafiado a la tormenta y habían sido reducidos a cenizas. Repetía sobre todo la historia de una vecina que, por dejar una ventana abierta, vio cómo el rayo entraba furioso en su casa, recorría todas las estancias y se marchaba por donde había entrado, dejando la vivienda desbaratada y a la vecina sin habla para los restos...

Todo esto lo estuve recordando desde las cinco de la mañana, cuando se me volvió a quebrar el sueño al recrudecerse el temporal. La lluvia taladraba los cristales y los muros y caían los truenos sobre la noche amenazando con echarla abajo...

Antes, mi madre era muy temerosa de casi todas las cosas de este mundo (los fuegos artificiales, los coches, los perros, Dios, los desconocidos...). Sin embargo, mi madre ha cambiado mucho y ahora contempla con gran escepticismo todos esos asuntos (salvo, tal vez, los perros). Ahora ya no les teme a las tormentas.



(www.mundo-geo.es)

No hay comentarios:

Publicar un comentario