martes, 6 de diciembre de 2011

Lunes de noviembre en Baeza

Ya que a Jaén no es posible, al menos nos acercamos hasta Baeza, a dar un paseo... Hacía casi diez años desde la última vez...



Baeza está, como todo el mundo sabe, en uno de esos cerros de Úbeda tan famosos. Podría ser, por tanto, un barrio de Úbeda. Naturalmente, esto los baezanos no lo aceptarán, y argumentarán que bien podría ser al revés. Llevan razón, pero uno conoce mucho más la primera de esas ciudades, y muy poco la segunda, y viéndolas tan monumentales a las dos, y tan semejantes, pues le parece a uno, cuando visita de pascuas a ramos el lugar de Baeza, como si no hubiese salido de Úbeda... Sin embargo, supongo que, como sucede con todas las cosas que se parecen tanto, resultarán, al cabo y si se miran bien, bien distintas. No lo sé.



Visitamos el aula donde dio clases Machado. Cuentan sus biógrafos que con poco entusiasmo. Es un lugar oscuro, frío, deprimente... La mesa del profesor, los pupitres, el encerado, los mapas colgados en las paredes y un viejo mueble lleno de libros, podrán ser o no los de aquellos años -seguramente no-, pero tenían todos el aire disecado de las cosas muertas... Tal vez sea original la mesa del profesor, porque estaba rodeada con unos cordones rojos de esos que se ponen los militares de alta graduación por los hombros, aunque a lo mejor tampoco, y los han puesto, esos cordones, para hacernos pensar que es la misma a la que se sentaba don Antonio... Lo que se agradece es que no hayan colocado allí la figura de cera del poeta.





Había una guía que le estaba hablando al grupo que pastoreaba de los zapatos del poeta y de su torpe aliño indumentario. Recordó A. entonces que su profesor de literatura les contaba que tenía el poeta una novia en Úbeda, y que muchas tardes se iba caminando hasta allí para hablarle y que hacía luego tertulia en una farmacia de la plaza. A lo mejor era esa la razón de lo lamentable de su zapatos, que ocho kilómetros de ida y ocho de vuelta fatigan el mejor de los calzados.



El palacio de Jabalquinto es precioso y  monumental, con sus piedras labradas, su patio de esbeltas columnas y su fuente, pero lo verdaderamente hermoso está frente a él,  la iglesia de Santa Cruz, un templo pequeño, románico y desnudo. Al lado de la cercana catedral, encumbrada en lo alto de otra melancólica plaza, esa iglesia diminuta nos emocionó realmente. La catedral parece un castillo con sus contrafuertes de fortaleza y ese aire ausente y tremendo, muy lejana en lo más alto de una plaza también demasiado grande y tan solitaria...



Bajando en busca de un refrigerio, encontró P. una curiosa exposición, la del que allí llaman Padre Sifón, un hombre que tras jubilarse de su oficio de fabricante de sifones y gaseosas, se dedicó a hacer detalladísimas miniaturas de todos los monumentos de su pueblo. El Padre Sifón se llamaba Diego Lozano y esculpía esas  miniaturas a las que no les falta ni un solo detalle en piedra marmolina -parece nombre inventado por Cunqueiro y, por ello, piedra prodigiosa y mágica- que le llevaban hasta su taller desde la lejana provincia de Lérida. Don Diego murió hace poco más de un año, y nos lo enseñó todo su viuda, una mujer simpatiquísima que se pasa en ese taller todo el día, para mostrárselo a quien lo quiera ver, y para hablarles de su marido. "Hasta que se le haga un museo", nos explicó. En el taller está todo como lo dejó su difunto, con las lámparas que utilizaba en su trabajo minucioso, y los complicados alargadores y ladrones donde las enchufaba. Encima de las vitrinas donde se guardan sus obras, las paredes se ven llenas de avisos filosóficos que él colgó, y recortes de periódicos que dieron noticia de su arte, y muchas fotografías y, cada dos pasos, la petición de un donativo para sufragar los gastos de luz, y debajo de cada de uno de ellos una hucha. Dejamos un euro y, tras despedirnos con grandes cortesías, nos fuimos a tomar unas cañas y ya nos volvimos a Úbeda.



Estaba el día como aquellos versos que le encontraron a Machado en el bolsillo de su chaqueta cuando murió, tan lejos de aquí: azul y con un sol como el de nuestra infancia.


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