viernes, 2 de diciembre de 2011

Seguir perdiendo

Desde que comenzó la liga  aún no han ganado ningún partido. El viernes pasado perdieron 59-43 y P. metió una canasta, un tiro lejano que entró limpiamente en la cesta. Hoy 43-15 y P. volvió a encestar una vez, en esta ocasión en un fulgurante contraataque, entrando a canasta con estilo y con los pasos contados como las memorias de Corpus Barga. También dio dos asistencias. Tanto él como el resto de sus compañeros celebran cada punto como una victoria, y cuando terminan los partidos están tan campantes. Si un día llegan a ganar a alguien, la celebración será espectacular.

En el coche, cuando volvemos a casa, yo le animo mucho, comentándole que, a pesar de la derrota, lo ha hecho muy bien, y que el siguiente partido será, sin duda, mejor que el anterior. No quiero que se venga abajo. La psicología moderna, y la pedagogía del día también, hacen mucho hincapié en esto, en la importancia de la autoestima. Así que yo, mientras conduzco, le alabo mucho. Sin embargo, aunque me escucha con agrado, a P. le da exactamente igual, y vuelve a casa tan feliz y contento que nadie sería capaz de adivinar tan abultadas derrotas detrás de su buen humor y su sonrisa. Por supuesto que le agradaría ganar, pero eso, para él, es un asunto secundario. Salen del vestuario riéndose con ganas, y en el coche, después de que yo le cuente todo lo que me ha gustado de su juego y de su equipo, cambia de tema:

-¡Qué gusto, papá, ya es viernes! ¡Y hasta el miércoles no tenemos clase! ¡Qué maravilla!

Para mí, que justo ayer salí del partido de fútbol ufano como un pavo real por haber ganado 8-5, esa actitud de mi hijo es toda una lección. ¿Seré capaz, algún día, de volver tan contento a casa después de una derrota? No lo sé...

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