miércoles, 21 de diciembre de 2011

Postrimerías

Casi con el año se murió la tía Juanita. Tenía 96 años y llevaba varias semanas yéndose y viniéndose. Era una mujer simpatiquísima y muy hospitalaria que agradecía mucho que la visitásemos. Sin embargo, desde hace ocho años, cuando murió su marido, el tío Tomás, se le habían ido desencuadernando los recuerdos, y vivía silenciosa en una residencia de la calle Montiel.

Cuando vivían los dos, íbamos a visitarlos con cierta frecuencia. Nos sacaban  unos dulces y unos licores y el tío Tomás nos contaba cosas de su vida, de los viajes que hacía, de todos los lugares que visitó, siempre al volante de un taxi que lo llevó a todas partes. Narraba esas peripecias con mucha gracia. El tío Tomás era un hombre de mucho carácter que, a pesar de su falta -tenía una pierna más corta que la otra-, había sido un montón de cosas, pero sobre todo un gran conductor y, al final, socio fundador de un empresa de transportes, además de presidente del Úbeda C. F. Cuando nosotros le conocimos ya no salía de casa, y se pasaba el día sentado frente a la mesa camilla, con sus pies desparejos al calor del brasero.

Pues bien, le contó ayer a A. su madre que cuando abrieron el ataúd para enterrar a su lado a la tía Juanita, se encontraron con que el tío Tomás continuaba, ocho años después, con sus extremidades inferiores incorruptas. "De cintura para abajo, como si le hubiesen dado sepultura ayer mismo", le narró F. a su hija. El enterrador decía que era la primera vez que veía algo semejante. "Eso va ser por la falta que tenía el pobre", parece que comentó mi suegra.



No hay comentarios:

Publicar un comentario