martes, 27 de marzo de 2012

Crónicas hospitalarias I

La planta de cardiología del Hospital de Oviedo es un sitio muy tranquilo. No podría ser de otra manera. No estaría bien alterar a quienes tienen el corazón doliente. Mi padre se lo recomienda ahora a todo el mundo.

Yo tenía miedo de que se desanimase al ingresar en un hospital, él que solo los conocía hasta ahora de visita. Pero no, se instaló allí muy desenvueltamente. "¿Cómo estás?", le preguntábamos cada dos minutos. "¿Yo?Pues muy bien. Como en casa". Ayudó mucho el que el compañero de habitación resultase ser un viejo conocido, Gelín, un hombre de aspecto muy saludable y diagnóstico incierto o muy incierto. Cuando se reconocieron dieron grandes muestras de contento, y al entrar cada mañana a verlos, los encontrábamos de charla, tan a gusto, como dos estudiantes que compartiesen habitación en una residencia universitaria. 

Gelín atesora un informe médico que es una sucesión de catastróficas desdichas. Un infarto, una válvula inutilizada y otra casi ya, un accidente en la mina que lo tuvo en la uvi varias semanas, una infección general que lo hizo entrar en coma, una accidente de tráfico que le devolvió a la uvi de nuevo...Nadie lo diría al verlo, moreno, firme, sonriente, parlanchín... Pero así es. 

Todo ese historial tremebundo e inverosímil nos lo fue contando poco a poco, con el orgullo de un superviviente, en los días largos que pasamos allí. Y nos dejaba muy melancólicos, pero también nos hacía ver lo afortunados que hemos sido hasta ahora, y nos sentíamos agradecidos por estar allí por tan poca cosa, y nos entraban unas ganas enormes de abrazarlo a él, a nuestro padre, a las enfermeras que por allí pasaban...

Una de ellas, muy resuelta y apretada, que llamaba vida a todos sus enfermos, la segunda tarde se dirigió a mí con firmeza: "Tú estudiaste conmigo", declaró rotunda. "Pues no creo", le contesté, "yo soy de letras...". "Sí, pero estudiamos juntos en 2º de BUP", insistió. Y entonces la vi, casi treinta años atrás, morena y no rubia como hoy, con el pelo largo entonces y no corto y recogido como ahora, sin esas gafas rojas tan modernas y con dieciséis años... Nos dimos dos besos, recordamos a algunos de los curiosos profesores de aquel curso, me dijo que ahora estaba más guapo que entonces, le dije que cuidase bien de mi padre... Lo que no le dije es que me acordaba perfectamente de que mi amigo J.C. estaba profunda y desesperadamente enamorado de ella, un amor sin remedio ni esperanza y que de quien yo guardaba memoria era de S. H. S. , su compañera de pupitre, que nos tenía a todos al borde de la taquicardia con las minifaldas extremas que lucía y aquellas piernas suyas tan largas como ríos amazónicos... Eso no se lo dije... 

Teníamos aquel curso dieciséis años y de todo ello han pasado ya, quién lo diría, casi treinta años.



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