viernes, 16 de marzo de 2012

Libros y morcillas

La otra tarde, mientras curioseaba entre los libros de la feria, aparecieron dos pícaros de setenta años, oliendo a vino peleón, con una bolsa de plástico en la que llevaban un par de morcillas, un chorizo y unas tripas, que trataban de vender a los libreros. 

Las colocaban encima de las novelas desencuadernadas y los libros de esoterismo, y les decían: "Aquí tiene usted lo que me había encargado. Lo mejorcico de la sierra...

El librero los miraba arqueando las cejas y les contestaba que él no había encargado nada a nadie. 

Entonces le replicaban los pícaros: "Eso es que nos hemos equivocado de caseta. Claro, como hay tantas y es esto tan largo...", y levantaban el bastón para señalar lo extenso del paseo, como generales que apuntasen hacia el enemigo. 

Pero no se movían del sitio ni levantaban la bolsa de encima de los libros, sino que la abrían aún más para mostrarle al librero lo lustroso de su mercancía, y sacaban de ella sus embutidos, todos de un color verdinegro sospechoso y triste, y después de hundir sus narices enrojecidas en lo más profundo de esas chacinas, intentaban acercárselas a las del librero, para que gozase él también de semejante aroma y se le hiciese la boca agua. "Si huelen así, imagínese usted cómo sabrán, lo que será tenerlos dentro de la boca...", y los dos pícaros salivaban con gula, voluptuosos.

En esta feria se encuentran tantas novelas dentro de las casetas como fuera de ellas.




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