lunes, 12 de marzo de 2012

Feria del Libro

Tan segura como la llegada de las estaciones ha aparecido, un año más, la Feria del Libro. Como los vencejos de Unamuno, esta feria de libros huérfanos y polvorientos no falta jamás, y justo cuando están a punto de brotar las hojas nuevas de los plátanos, levanta sus casetas prefabricadas y las llena de viejos libros. Es, por tanto, una cosa natural, orgánica, viva. 

Como los circos, llega con su troupe de libreros, por los que, a pesar de su aspecto fatigado, no parecen pasar los años. Allí está el viejo anarquista con su apolillada chaqueta de lana, y unas casetas más allá el hombre pequeño y frágil que no para de fumar y de toser, todo al mismo tiempo, y a su lado, pared con pared, la dama educadísima de cerrado acento valenciano. Son siempre los mismos, como son casi idénticos los libros que traen y exactamente los mismos los hombres oscuros que rebuscan entre los rimeros de esos ejemplares desahuciados, descatalogados e imposibles,  y los señores pulcros con un papel arrugado en las manos, en el que llevan apuntados los números que les faltan para completar esta o aquella colección de tebeos...

Y nosotros también, como ellos, como cada año, por el vicio de los libros, nos acercamos allí sin saber ya qué buscamos porque lo que encontramos ya lo tenemos. Sin embargo, nos alegra encontrar títulos muy queridos (Merlín y familia, La isla de los jacintos cortados, Los tres cuadernos rojos...), y pasamos la mano por sus cubiertas fatigadas, agradecidos y soñadores, y nos volvemos para casa con las manos vacías. Tal vez, en la próxima visita...



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