viernes, 9 de marzo de 2012

La novela como fuente de conocimiento

He terminado ya  Años lentos. Durante un par de días, he vivido buena parte de ellos en el barrio de Ibaeta, de San Sebastián, en lo últimos años del franquismo. Y hoy conozco muchas más cosas sobre ese lugar y esos años que si hubiese leído cualquier libro de historia, cualquier ensayo sociológico. 

Y es que, para conocer cómo son las cosas, nada mejor que una novela. Cómo son, cómo han sido y cómo serán.

Tuve un amigo que, cada vez que en el colegio nos mandaban leer una, se subía por las paredes. Y no podía entender de ninguna manera cómo alguien podía hacerlo por gusto: "¿Qué te interesa a ti lo que les pase a unos personajes que no existen?", me reprochaba. El pobre J.C. siempre tuvo cierta inclinación por los papeles muertos, y se embarcó en los estudios de magisterio, no por amor a la enseñanza o a los zagales, sino por lo mucho que le interesaba la lectura del BOE, y las disposiciones, decretos y leyes educativas. Se sabía al pie de la letra todas las leyes que sobre la cosa educativa se han elaborado en este país desde la Guerra Civil. Luego trataba de discutir con nosotros los diversos apartados y hasta los subapartados, hecho que naturalmente acabó por distanciarnos y hasta nos obligó, en alguna ocasión, a rehuirlo cuando le veíamos acercarse calle abajo. Como no nos encontraba, se pasaba las tardes enteras en la biblioteca municipal de nuestro pueblo, con las narices pegadas a las amarillentas hojas oficiales. Habría hecho un buen papel en el Ministerio de Educación, sección archivos, pero acabó finalmente de maestro en la costa valenciana. Pero no era feliz porque descubrió que tan poco como las vidas de los seres de ficción que salían en las novelas,  así le interesaban las de los alumnos que le tocaron en desgracia. 

Como mi amigo J.C., a Pla tampoco le gustaban las novelas y llegó a decir que quien en su edad madura seguía engolosinado con su lectura, era irremediablemente tonto. Yo creo que era porque a él los dos intentos que hizo de escribir una le salieron regular. Sin embargo, a diferencia de mi amigo, a Pla sí le interesaba la gente, y los libros que escribió, dietarios, reportajes, biografías, artículos, viajes..., son maravillosos. 

Pla, evidentemente, se equivoca en esa afirmación, y mi amigo J.C. en ese desprecio y también en la profesión que fue a elegir. Porque es en las novelas donde se encuentra, mejor que en parte alguna, el conocimiento del mundo y la evidencia de que, por lo general, no hay quien lo entienda, y de que todo o casi todo es un misterio más o menos irresoluble. ¿Quieren conocer cómo era la vida en el País Vasco en aquellos años agónicos del franquisimo? Pues lean Años lentos. Al final, no solo sabrán eso sino que también habrán pasado un buen rato, que según Baroja es de lo que se trata.

N. P. (nota pedante): Digna de elogio la construcción narrativa, que combina capítulos a lo Lazarillo, en forma de confesión que el narrador le hace al autor para que convierta sus recuerdos en novela, y las notas de este para preparar la escritura, llenas de ironía. Ficción y metaficción (esto a J. C. ya lo sacaría de sus casillas) y como resultado una estupenda novela.


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