martes, 13 de marzo de 2012

Historias encadenadas

El primer día que aparecí por la feria, la tarde del viernes y recién inaugurada, el primer libro en el que posé los ojos fue Quizá nos lleve el viento al infinito. De esa novela, al igual que de La isla de los jacintos cortados o La princesa durmiente va a la escuela, tenemos muy buenos recuerdos. A su autor, en cambio, hoy me parece que se le tiene un poco olvidado (de hecho, aparecer entre las casetas de esta feria es señal inequívoca del olvido de las gentes) y, en el mercado de valores literarios, cotiza poco. Guardamos memoria maravillosa de la lectura de esos libros, llenos de una rara fantasía, de un ingenio y un humor limpios y felices que era muy raro encontrar en otras novelas de la época.

Y me acordé entonces de un artículo de Vicente Molina Foix sobre la saga de los Torrente, donde se daba cuenta, sobre todo, de la figura del hijo, que además de escritor, fue, al parecer, ladrón de guante blanco, estafador y trilero. 

Y ese artículo nos llevó inevitablemente al episodio que cuenta Vicent en su Aguirre, el magnífico -        personaje este del que había dos libros en la feria, uno de poemas y otro de memorias sobre sus años de director general de Música- en el que se narra cómo, en plena tertulia literaria en casa de Torrente -con Cela, García Hortelano, Rosales, Ridruejo y alguno más-, se aparecieron dos candelabros de plata y un copón de oro lleno de hostias bajo la cama de Gonzalito, y  cómo llamaron entonces al cura Aguirre, para que fuese y contemplase el milagro, y cómo este, tras consagrar aquellas santas formas, por si no lo estuviesen, les hizo comulgar a todos aquellos escritores, de rodillas, para después devolverlo todo a la iglesia correspondiente...

Vicent habla, irónicamente, de milagro, y al llamar Gonzalito al hijo de Torrente, puede pensarse que se trataba de un crío y que aquel hallazgo fue realmente algo inexplicable y maravilloso. Sin embargo, el artículo recuerda que a Gonzalito siguieron llamándole así cuando ya hacía mucho tiempo que había cumplido los cuarenta, y, tras relatar algunas aventuras más de este señor, ese misterio de las sagradas formas y el oro bajo su cama queda completamente desvelado.

Gonzalo Torrente Malvido

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