miércoles, 27 de noviembre de 2013

Caducado

El otro día, y por pura casualidad, caí en la cuenta de que tenía el carnet de conducir caducado. Desde junio. Sin ser consciente de ello, esto es, de un modo del todo inconsciente, he estado conduciendo desde entonces fuera de la ley. Si en estos mese me hubiese parado la guardia civil, la cara que se me hubiese quedado habría sido para retratar... 

A mí estas cosas me suceden con cierta frecuencia y de esto no puede enterarse, de ningún modo, mi padre. Mi padre cree que soy un despistado sin remedio y no quiero darle municiones...

Comencé a enterarme cuando mi a migo A.-nuestro victorvaldés de los partidos de los jueves- me contó que acababa de  renovar el suyo, que se lo había sacado en el 93 y ya le tocaba. En el 93 lo conseguí yo, pensé, de modo que  a lo mejor... Al llegar a casa bajé al coche a comprobarlo y, efectivamente, desde junio yo era un conductor caducado, un conductor fuera de la ley... Me puse en lo peor - es una costumbre que tengo- y un poco nervioso... Tal vez después de cuatro meses ya no me dejarán renovarlo y me obligarán a volver a la autoescuela, pensé.

De manera que, después de comer, me fui a un centro médico especializado en esta clase de permisos que hay al lado de casa, en la plaza de la Veleta, a ver qué me decían...

Me atendió una muchacha rubia con una sudadera rosa chicle que masticaba con entusiasmo un chicle rosa-sudadera.

-No te preocupes -me tuteó-, la mayoría vienen como tú, todos caducados -me tranquilizó sin sacarse el chicle de la boca.

Y me explicó, dándole vueltas a ese chicle, que han cambiado la ley y que ahora ya no te hacen volver a la autoescuela, que lo único que me habría podido suceder es que me parase la guardia civil y me pusiese una multa de cagarse, me dijo.

Tras esto, me mandó a un pasillo, a que esperase en una silla, que ya me avisaban...

Primero apareció una muchacha con una rebeca gris y sin chicle que me invitó a pasar a un pequeño cuarto muy austero. Un par de sillas, una mesa y, sobre esta, un pequeño ordenador y unos mandos frente a él. Me pidió que me sentase y que me hiciese cargo de los mandos. Se trataba de mantener unas rayas horizontales dentro de unas líneas paralelas que iban serpenteando en la pantalla. Fue como jugar a un videojuego de la prehistoria... La mujer de la rebeca era muy profesional y no paraba de hablar y de decirme lo importante que era esa prueba. La pasé con holgura. Mi capacidad de reacción era, me informó, del 98, 46 %. 

-Bueno, no es muy difícil- comenté.

-No sabe usted las cosas que vemos aquí...- me cortó.

Después me devolvió al pasillo de espera y estuve un buen rato frente a la puerta del médico. Como los tabiques eran muy finos, se escuchaba con claridad la conversación entre el doctor y quien me precedía. Por las cosas que se escuchaban, supuse que sería un señor mayor, el paciente. Hablaban de falta de sensibilidad en las piernas, de varias intervenciones quirúrgicas, de dificultades de visión... El hombre aquel, era evidente, estaba hecho una castaña, y parecía difícil que pasase con bien el reconocimiento A este, pensé, no le dan el visto bueno. Sin embargo, me equivoqué en todo: no era una persona mayor, sino un muchacho bastante más joven que yo; y por supuesto que le dieron el certificado médico sin problema alguno...

Y ya llegó mi turno.

Fue un acto rápido y limpio. A pesar de mi miopía y de la presbicia galopante, el doctor -un hombre de mi edad, delgado, serio y expeditivo-, encontró que gozaba de una vista casi perfecta; igual que la tensión. Luego me preguntó si oía bien, y, sin falta de más pruebas, confío en mi gesto afirmativo. Tras auscultarme, dictaminó que tenía el corazón de un deportista, pues mis pulsaciones eran bajas. Yo pensé decirle que también podría ser que me estuviese muriendo poco a poco, pero me callé... Comparado con el que acababa de examinar, yo debía ser el emblema de la madurez saludable...

Por el rigor de la revisión, a pesar de los parabienes del médico, no me habría sorprendido nada que justo al salir me hubiese dado un infarto. 

Lo del carné caducado me lo voy a callar, pero esto de mi corazón deportista se lo tengo que contar a mis padres, que no ven con buenos ojos que ande, a mi edad, jugando partidos de fútbol. Creen que debo retirarme. Probablemente lleven razón. Sin embargo, como de momento no les hago caso, de vez en cuando me cuentan que han leído en el periódico que ha muerto infartado un muchacho mientras disputaba un partido. Pero yo ya no soy un muchacho, les contesto. Nosotros, a la velocidad que jugamos, podemos morirnos de cualquier cosa, pero de un infarto, no lo creo..., les digo.

Finalmente, pagué setenta euros, me dieron un papel y ya puedo conducir...

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