miércoles, 13 de noviembre de 2013

Si he de morir

La semana pasada llamaron a mi suegra del hospital con cierta urgencia. Tenía concertada una cita para enero, pero recibió un aviso que la emplazaba para una consulta al día siguiente...

Este verano se notó un pequeño bulto a la altura de la clavícula derecha, desde donde le irradiaba a todo el brazo un dolor sordo y enconado. En septiembre le hicieron algunas pruebas, y en enero tenía prevista una resonancia.

Se temió lo peor. Habían encontrado algo malo, seguro, y ya no necesitaban ni esa última prueba... Y se pasó casi toda la noche desvelada.

Pero no dejó de dormir por la angustia o el miedo, no, sino por una serie de cuestiones prácticas que habría que arreglar de inmediato. Lo que más la atormentó, esa noche de insomnio, fue que cayó en la cuenta de que nunca les había explicado a sus hijos cómo quiere que la entierren. Lo más urgente, por tanto, era eso, decirles a sus hijas que ella no quiere que la amortajen, sino que le pongan el vestido negro de encaje de su hermana E. Y que le coloquen una almohada bien alta, que se fijó, en el velatorio de la tita C., que estaba esta muy hundida. Y habría que recordarles también, claro, que no quiere que, cuando se muera, se le ponga cara de muerta. Que hagan el favor de pintarla bien y que le echen un buen colorete...

Afortunadamente, todo quedó en nada, y el susto le ha servido para dar todas esa instrucciones a sus hijas, para que no se olviden, que aunque en esta ocasión el rayo ha caído en descampado, quién sabe lo que puede suceder mañana...

1 comentario:

  1. Gracias por escribir estas palabras. Como soy el hijo de E. te imaginarás, cuánta ternura me inunda por tu suegra, mi tita, y por E. Y por vosotros.

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