miércoles, 6 de noviembre de 2013

Elogio sentimental de las pantuflas

El otro jueves, a la vuelta del partido de los jueves, me encontré en una esquina del barrio con nuestro buen amigo E. Iba a comprar, ahora que ya han llegado los fríos, unas zapatillas de paño. Estuvimos un ratillo allí parados, hablando de esto y lo otro. Yo le comenté que también gasto unas de esa clase, que me regaló mi madre por Reyes. Alabamos mucho lo bien abrigado que anda uno con ese calzado, y recordamos a Baroja, que también era gran partidario... Si hubiese calzado otra cosa, seguro que la prosa se le hubiese cuajado de otro modo... Como igualmente le pasaba a Pla, que también se lo imagina uno escribiendo con la picadura en los labios, la boina calada y los pies dentro de unas pantuflas, en su masía. De esta forma, le salían unos libros maravillosos que a nosotros cada vez nos gustan más...



Nosotros toda la vida hemos gastado esa clase de zapatillas y sin embargo escribimos como se ve... Debe de ser que con el calzado no basta. Mi madre también las usaba, muy a menudo, pero para tirárnoslas cuando cometíamos alguna tropelía mi hermano o yo, o los dos juntamente, y huíamos pasillo adelante, que ahora que lo pienso no sé cómo lo hacíamos porque el pasillo era muy estrecho y muy pequeña la casa. Pero huíamos por él, y silbaba la zapatilla de mi madre tras nosotros... También una vez, a saber en qué andaría uno pensando, dejé las mías en la nevera  y, claro, luego no las encontraba... Hasta que fui a ponerme un vaso de leche...

Al margen de estas anécdotas personales y sin importancia, además de mucho abrigo, esta clase de zapatillas son el emblema de la vida retirada, de cierta comodidad modesta y sin pretensiones, de una vida cotidiana silenciosa y sin grandes ambiciones... Es un calzado sin fantasía, de un pragmatismo absoluto. Ajeno a modas y zarandajas. Por eso nos gustan tanto.

Nos contó luego E. que había estado en su pueblo, y que había tomado unas fotos de un lugar que nos había gustado mucho cuando lo visitamos el curso pasado y él nos hizo generosamente de guía...



Me las mandó por un correo -el electrónico, no el del zar-, donde me recordaba, ya que habíamos estado tratando de zapatillas, que Unamuno murió con ellas metidas en el brasero, teniendo de visita a un falangista, que se dio cuenta de que al escritor le pasaba algo por el tufillo del paño quemado...



Efectivamente. Fue pocos días después de la trifulca famosa con Millán Astray. Qué valiente estuvo el viejo profesor en aquella ocasión, qué quijote, entonces y siempre. No se calló donde todos lo hubiesen hecho... Lo encerraron en su casa, porque haberlo fusilado habría sido un escándalo... Se murió pocos días después, un 31 de diciembre, mientras atendía la visita de un joven admirador, Bartolomé Aragón.  Existe un libro muy hermoso y emocionante, de Luciano González Egido,  Agonizar en Salamanca se titula, que narra esos últimos días. Comienza así: "El día 31 de diciembre de 1936 cayó en sábado y en Salamanca nevó..." Hacia las cinco de la tarde de ese día, murió Unamuno, en zapatillas, o con zapatillas, que ese de las preposiciones fue un problema que atormentó a Baroja alguna vez...










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