Durante el viaje: en el troquel del verano, semejaba el paisaje una moneda de oro...
Al llegar, día de fiesta. Celebraban los ubedíes que ya son diez los años en los que luce su ciudad el título honorabilísimo de Patrimonio de la Humanidad... En el lugar por el que entramos, un polígono triste y feo como todos los polígonos del mundo, no se veía ni un alma...
Luego, en cambio, gran gentío en El Real (calle, para quien quiera saberlo, muy nombrada en las novelas de Muñoz Molina). Nos encontramos con el tito P., que se siente, entre tanta gente, más solo que en ningún sitio. Como si estuviese paseando por un polígono en día de fiesta. Con su herida abierta en los ojos, absurdo en mitad de la calle...
Al día siguiente, en la piscina municipal, mientras nos bañamos, unos operarios municipales montan una pérgola. Muy educados, nos piden que retiremos un poco las toallas, que van a soldar y podrían saltarnos algunas chispas... Luego, al poco, llegan por el norte las colonias de verano, decenas y decanas de chiquillos que entran en el agua como debían de hacer los antiguos ejércitos en las ciudades recién conquistadas... Gritos salvajes, chillidos infrahumanos, toallas arrojadas de cualquier modo sobre el suelo... Y, claro, no tuvimos más remedio que escapar de ese lugar de ruido y fuego. Yo quería que me devolviesen el dinero, y maldecía al alcalde y a toda la corporación. Solo me calmé cuando P. y A. me recordaron que había comprado esa mañana F. unos ochíos y que estaban estos esperándonos en casa...
El informativo regional abre su parte de las dos de la tarde con esta sensacional noticia: hoy, cuatro de julio, en Andalucía hace bastante calor...
Acompaño a P. a patinar en unas pistas que hay junto al Parque Norte. Como es día de mercado, está rodeado por los puestos de los gitanos. Melancolía, otra vez, de nuestros vecinos huidos... Gritan sus mercancías con entusiasmo y esas voces, tan ásperas si las oyes de cerca, al pasar a su lado, suenan armoniosas a lo lejos, ancestrales, misteriosas, antiguas...
Realismo mágico en el viaje de vuelta. En mitad de la carretera cientos -y no es exageración- de mariposas pardas se inmolan fanáticas contra el coche. Sonámbulas y ciegas. Revolotean delante del parabrisas y caen sobre el asfalto alfombrándolo como los cadáveres un campo de batalla.
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