Al ir al supermercado el otro día, ya oscurecido, me encontré con un regalo inesperado: una luna espectacular colgada sobre los altos edificios al final de la calle. Era cosa de ver. Me asombró que la gente no se parase, como yo, en mitad de la acera, con la boca abierta... Era una luna hecha a compás, una luna perfecta, como de atrezzo teatral, un gigantesco farol chino lleno de una luz blanca y magnífica... Estaba allí como en el centro de un escenario, y solo con su presencia embellecía la ciudad como una joya deslumbrante en el cuello de una muchacha poco agraciada.
Horas más tarde, cuando bajé la basura, ya se representaba otro acto. Había mudado el vestuario y lucía ahora de negro y oro, rodeada por el encaje de unas nubes oscuras. Debía de estar acercándose el desenlace y parecía que no tardaría en hacer, esa luna espléndida, mutis por el foro.
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