martes, 10 de septiembre de 2013

Paréntesis (El usurpador)

El otro día empezó la Feria. A mí la Feria no me gusta ni en pintura. Ni el cartel que este año la anuncia me gusta.

La culpa de esta fobia mía (¿ferifobia?) no es, claro, de estas fiestas multitudinarias y fervorosas, sino mía. Se trata de un asunto que tiene que ver exclusivamente con mi misantropía y también -ahora lo verán-, con mi capacidad de empatía.

Ama uno la sombra, el silencio y el rincón, y estos diez días (!) de celebraciones son la apoteosis de todo lo contrario: luz, algarabía y expansión sin cuento ni tasa...

De manera que, a pesar de las presiones familiares, conseguí que se fuesen todos a celebrar sin mí y me quedé todo el fin de semana encerrado en casa, parapetado tras un libro -el "Héroes, aventureros y cobardes" de Jacinto Antón, que aprovecho para recomendárselo muy vivamente-.

El sábado, cuando llegaron de vuelta P. y A. traían consigo un relato espeluznante. Al parecer, una vez terminada la cabalgata y los fuegos de artificio con los que preceden todos los años la apertura de la Puerta de Hierro, se vieron atrapados en el paseo central por una densa marea humana que pretendía entrar, todos a la vez, al recinto ferial. Se ve que pensaban que con solo diez días de fiesta no iban a tener tiempo para disfrutarla a su gusto... No se podía dar un paso y componía todo el gentío una masa como de hormigón humano. A., la chica, se puso muy nerviosa y rompió a llorar. Sin embargo, otros, seguramente avezados ya de otros años y otras ferias, comenzaron a abrirse paso sin miramientos. Según P., que venía indignado, eran todos yayos los que mostraron un comportamiento tan grosero e insolidario. Uno blandió su bastón y sin importarle el mañana, ni que entre la amalgama que se había formado allí eran muchas las mujeres y los niños, comenzó a agitarlo a diestro y siniestro... Y los que no tenían bastón, colocaron sus brazos en jarras y se escaparon del tumulto clavándoles los codos a los que los rodeaban en las costillas, los riñones o los ojos...

Mientras me lo contaban iba yo palideciendo,  y principalmente no  por solidaridad con lo que acababan de sufrir, sino por imaginarme, en lugar de en casa, en el sofá tan ricamente con mi libro en las manos, entre ellos, sufriendo esa asfixia, la claustrofobia  y la estrategia demoledora de los abuelos manchegos...

Todavía no son capaces de explicar cómo lograron salir con vida de una trampa mortal como esa del comienzo de la Feria. El caso es que al fin ganaron una salida en su flanco derecho y, tras cientos de achuchones, pisotones y estrangulamientos, consiguieron librarse del hostigamiento de esos ancianos sin paciencia ni piedad y del resto de la marabunta humana, alcanzaron un espacio despejado y encontraron el camino de vuelta a casa...

Ellos ya parecen haber pasado el trauma -de hecho, el domingo y el lunes volvieron al lugar de los hechos-, pero yo no. Como si lo hubiese vivido en carne propia, cada vez que me nombran la Feria, se me va el color del rostro, rompo a sudar y me escondo, como mi madre cuando tronaba, en el armario empotrado del dormitorio.



(jovenescreativosdealbacete.blogspot.com)

1 comentario:

  1. Como si lo estuviera viendo... ¡Qué horror!
    Siempre he sido un tanto voluble en mis sentimientos con respecto a la Feria, esto es, no sé todavía, a mis años, si me gusta o me disgusta. Pero lo cierto es que en alguna época disfruté durante largas noches -con sus madrugadas luminosas y su bocadillo de guarrilla- lo que ahora me agota solo de pensarlo. No he pisado ni los alrededores y, si puedo, tal vez no llegue a hacerlo este año. Además, cuanto más espíritu manchego me rodea, más se me van a mí las ganas de compartirlo. Ea.

    ResponderEliminar